martes, 14 de abril de 2015

La Persona de su Vida

-Pst, ¡oye! ¡Eh! Despierta…
  Martina abrió los ojos, pero no reconoció el lugar donde estaba. Se trataba en una cámara vertiginosamente amplia, rodeada de diversas estatuas de imponente porte que parecían mirarla con suspicacia. Todas eran grandes, adustas, severas y poderosas y, a pesar de que sus facciones estaban perfiladas en un negro tan profundo que las hacía irreconocibles, por su forma se dio cuenta de que todas eran mujeres.
- ¿Quién ha dicho eso?- preguntó la chica.
- Pst, ¡oye! Aquí.
    La chica se revolvió en el pétreo suelo hasta dar con la fuente del sonido. Tendida entre un montón de escombros de piedra, yacía una pequeña águila del tamaño de un ratón.
  Martina reprimió un quejido.  
- ¿Qué sitio es este?- preguntó la chica desde lejos.
- ¿No lo sabes? Ayúdame niña.
- No sé si podré. Nunca me han gustado los pájaros.
- ¿Y eso?
- Desde niña. Se puede decir que me dais pavor. Y encima uno que habla…
- Ya, bueno. Pues perdona, pero esta vez vas a tener que tragártelo y colaborar o nunca podremos salir de aquí.
  Martina se incorporó para ir hasta donde estaba el águila. En cuanto se levantó, las esculturas reaccionaron alzando sus armas y poniéndose en guardia.
- Tranquila- dijo el ave, advirtiendo su miedo-. No te harán nada si no las atacas. Sólo son precavidas.
- De acuerdo. No me has dicho qué lugar es este.
- Mira a tus pies, niña. Es un tablero.
  La chica obedeció. Efectivamente, el piso estaba dividido en secciones de cuadrados negros y blancos, asociados en diagonal. Cada estatua ocupaba una de aquellas delimitaciones.
- ¿Cómo uno de ajedrez?
- Algo así.
- No sé cómo he llegado aquí. Ni cómo puede existir algo así. Ni tampoco quién eres tú.
- Bueno, a eso último te puedo contestar- dijo el águila-. Soy una pieza de tu bando. La última, en realidad. Vamos perdiendo, observa.
  Martina miró alrededor. Más o menos desde la mitad hasta que el enorme tablero acababa de manera abrupta en un abismo, varios montoncitos de piedra ocupaban sendos cuadrados. Por alguna extraña razón, a la chica no le costó demasiado meterse en el papel.
- De acuerdo. ¿Cómo hago para salir de aquí?
- Pues la única manera es derrotar a tu rival, creo yo.
- ¿Qué rival?
- Mira arriba.
  De nuevo, la muchacha accedió. Desde las alturas, un gigante sin rostro yacía con la cabeza hacia delante.  
- Sigo sin comprender nada… ¿qué está pasando? ¿Qué son esas cosas? ¿Y tú?
- Deberías saberlo. O, al menos, tener una cierta idea. Tú eres nuestra reina, siempre lo has sido, la que manda y nos gobierna. ¿No sabes quién puede estar jugando en tu contra?
  La chica miró a las sombras femeninas. Luego, a su rival en el cielo.
- Tengo una idea. ¿Cómo acabo con estas cosas?
- Primero necesitas un arma… ¡mira, allí! En ese montón de piedra. Antes había un caballero muy chulo. Una pena cómo murió. Pero su garrote sigue estando. Cógelo.
  Por tercera vez, Martina hizo lo que le mandaba el pájaro. El arma estaba parcialmente enterrada entre la grava y parecía enorme y pesada. No obstante, para su sorpresa, consiguió levantarla fácilmente con la diestra.
- Vaya…
- ¿Sabes lo que hacer con eso?- preguntó el águila.
- Por supuesto.
  La joven apretó la empuñadura hasta que sus dedos se pusieron blancos. Luego, se lanzó a acabar con las sombrías criaturas. Embriagada por una furia cuya procedencia sólo intuía, comenzó a golpear las esculturas.
  Ágil y liviana, con una facilidad que no se esperaba, se movió entre las sombras, esquivando sus débiles defensas y destrozando los cuerpos con maestría. En pocos minutos, sólo quedaron montañitas negras.
- ¡Bravo! ¡Excelente! Sabía que podíamos confiar en nuestra Reina- graznó el ave.
  De repente, una puerta apareció en el otro lado del tablero. Martina se dirigió a ella.
- ¡Espera!- la detuvo el águila-. ¿No pensarás dejarme aquí?
  Martina gimoteó.
- Vale. Puedes venir. Pero no te acerques mucho, todavía me das “yuyu”.
- Eso debería decirlo yo- opinó el águila. Luego, aleteó hasta ella.
  Martina abrió la puerta. A pesar de que había aparecido construida en el aire, cuando la atravesaron se vieron como por arte de magia en otra sala. Aquella nueva habitación parecía el estudio de algún artista, lleno de herramientas, martillos y piquetas, además de un montón de bloques negros como el carbón. Encadenado en un rincón, un chico joven y pálido les miraba con los ojos desorbitados y sus útiles en las manos.
- Tú…- dijo la chica con un suspiro.
- Martina, ¿qué haces aquí?- dijo el joven. En su voz había algo más que sorpresa. Se trataba de miedo.
- ¿Por qué no mejor me dices porqué me estás haciendo esto? Eh, Pedro- se quejó la chica.
- ¿Le conoces?- preguntó el águila.
- Es una larga historia.
  Pedro le miró un instante con sus ojos enormes como dos huevos. Luego, se señaló las cadenas.
- ¿Hacerte yo? ¿No ves que estoy encadenado? Yo sólo esculpo estatuas por obligación.
  Martina observó sus manos, y el cuerpo femenino aún por acabar que se iba formando de la roca.
- Parece que tiene sentido- opinó el águila.
- De acuerdo. Te creeré aunque no lo merezcas- concluyó Martina.
- Mira, una puerta. Por ahí estará el responsable de todo esto- dijo el ave.
  La chica miró en la dirección indicada con el pico. Tras el umbral, un pasadizo llevaba a unas escaleras ascendentes.
- Bueno. Vamos allá- dijo la chica, cargando su maza.
  Pedro retrocedió asustado. Viéndoles pasar, al final consiguió armarse de valor y preguntar.
- ¿Me vas a sacar de aquí?
- Ya veremos- contestó la chica.

El hueco de las escaleras era estrecho y estaba mal iluminado. La chica subió delante, perseguida por el persistente viento que el águila creaba con sus alas.
- ¿Quién era ese?- preguntó.
- Era... mi ex.
- ¿Ex?
- Exnovio. Ya sabes… salíamos juntos, hablábamos de todo, nos consolábamos y nos ayudábamos, estábamos apoyándonos en los malos momentos… hasta que me dejó.
- ¡Ah! Una pareja más.
- No. No una más. Lo era todo para mí. Era el hombre de mi vida.
- ¿“El hombre de tu vida”? Perdona mi ignorancia, pero sólo soy un pájaro. Hay algunas cosas que no entiendo de los humanos. ¿Qué es "el hombre de tu vida"?
- Pues es… la persona más especial de tu vida. Aquella por la que lo darías todo, aquella sin la cual no puedes vivir. Ella es el principio de tus mañanas y el final de tus noches, lo más importante que tienes… alguien a quien nunca dejarás de querer. 
- Vaya. Qué putada.
- No. No lo es. Cuando estás con esa persona especial eres el ser más feliz del planeta, puedes con todo. Te da energía y vida, mueve tu mundo.
- ¿Y cuándo no estás con él?
- Pues… cuando no estáis juntos, no- dijo Martina con tristeza.
- Vaya… pues yo no querría tener una persona así ni loco.
  Martina se dijo que no le entendía, que eran conceptos muy complicados para el cerebro de un pájaro. Luego, se detuvo un instante a pensar. Cada vez el aire era mayor, y las alas del águila ya casi rozaban las paredes. La chica se preguntó cuándo había crecido tanto. Tragó saliva.
- Y dime, ¿tienes alguna idea de quién puede estar haciendo todo esto?- preguntó el pájaro.
- Sí. Todas esas formas eran de chica, como también estoy segura de que lo era la que nos miraba desde arriba. Creo que el nuevo ligue de Pedro le está utilizando para hacerme daño. Para torturarme- Martina apretó el puño con más fuerza.
- ¿Por qué piensas eso? ¿Conoces a esa persona?
- No. Pero es el único tercero que podría conectarnos a ambos. Esa zorra…
  Los dos aventureros llegaron a una trampilla que se interponía en su camino. La chica la empujó con ansiedad y ambos salieron al piso superior.
  Aquel lugar era un torreón cubierto por una cúpula de vidrio. En su interior había un busto de mujer gigante a medio hacer, mientras que las gotas de lluvia de una terrible tormenta golpeaban el exterior.
- ¡Mira! ¡Allí!- dijo el águila. Su voz se había vuelto mucho más profunda y grave. Martina tuvo miedo de girarse y ver cuán grande se habría vuelto. Trató de calmarse, no le había hecho nada. En algún momento tendría que superar lo de los pájaros. Y ahora tenía cosas más importantes de las que ocuparse.
  Mirando a través del cristal, una misteriosa encapuchada les daba la espalda. Martina estuvo segura de que se trataba de una mujer por las formas que se adivinaban a través de su túnica. Sujetó la garrota como si fuese un bate de béisbol y se acercó lentamente.
- Se acabó, maldita zorra, seas quién seas. Dime cómo salir de aquí.
- ¿Salir?- repitió un eco extraño. La chica se volvió y se quitó la capucha.
- No puede ser- le dijo Martina a su imagen especular.
  La chica que tenía delante era una copia calcada de ella: su misma melena parda, sus mismos ojos verdes, sus mismos pómulos marcados y su mismo cuerpo de aspecto frágil, con los hombros pequeños. El único detalle que le decía que se trataba de otra persona era el tono de su piel, de un gris apagado enfermizo.
- No puedes salir, no has entrado a ningún sitio- dijo su clon-. Llevo mucho tiempo bombardeándote, resistiendo, tratando de que… no escapara…
- ¿Quién? ¿Pedro?
- ¡Eso!
  De repente, el águila se abalanzó sobre la nueva Martina. Con su enorme pico, rodeó la cabeza de la aparición y dio un tirón seco hasta que la arrancó. Una vez engullido el cráneo, abrió aún más sus fauces hasta sujetar los hombros de la joven y, de un trago, la deglutió por completo. Como si hubieran pasado años en un segundo, el ave creció hasta doblar su tamaño. Bien podría medir lo mismo que un elefante.
- Muchas gracias, niña idiota. Sin tu ayuda no lo habría conseguido- rio el monstruo.
- Qué te lo has creído.
  La chica saltó sobre el ave, blandiendo su garrote. Con un golpe de ala, el águila detuvo el avance de la joven para después, con su poderoso pico, partir el arma por la mitad.
  El pájaro fue hasta la trampilla.
- ¿A dónde vas?- preguntó Martina.
- ¿Tú qué crees? A comerme a tu amado, a hacerme más poderoso. Destruiré todo lo que fue, todo lo que significó para ti. Perderás su recuerdo. Los dos ganaremos, ¿no te parece?
  Comerse a Pedro… el recuerdo que le amargaba, la pena que jamás se iba. Su imagen le había impedido dormir bien, le había robado el apetito y las ganas de vivir. La duda de lo que habría podido ser y no fue le había asfixiado desde entonces, y la rabia porque otra pudiera estar llevándose esos momentos la oprimía el pecho como una armadura de una talla que no le correspondía. Vivir toda su vida así la atemorizaba más que nada en el mundo y eliminar a Pedro era llevarse todo eso… pero también su memoria, los buenos momentos que pasaron. Lo que aprendieron juntos, lo que disfrutaron, lo que rieron, vivieron y lo que sintió estando a su lado... y lo que dejó dentro de ella.   
- No. No harás tal cosa.
  El pájaro gigante la repasó con sus enormes ojos amarillos.
- No me hagas reír. ¿Cómo piensas detenerme?
-Ya sé quién eres, Miedo.
  El águila pareció sorprenderse un instante. Sin embargo, se repuso rápidamente.
- Bueno. Conoces mi nombre, ¿y qué?
- Que ahora lo entiendo todo. Yo estaba equivocada. Y tú cometiste un error.
- ¿Qué error?
- Comerte mi Culpa.
- Y ahora me comeré al hombre de tu vida.
- Él no es el hombre de mi vida, sino de la suya. Al igual que yo soy la mujer de mi vida y de nadie más. El resto, sólo son cuentos infantiles.
  El águila la analizó un instante con su mirada rapaz. De repente, su cuerpo empezó a retorcerse y a hincharse, hasta que pareció un muñeco cuyas costuras estaban a punto de romperse. De su interior comenzó a emanar una luz brillante y cegadora, a la vez que la tensión de su piel aumentaba.
- ¡MALDITA SEA!
  Finalmente, el Miedo explotó, inundando la sala de un blanco que escapaba de la cúpula, iluminando el cielo lluvioso.

Martina abrió los ojos. Esta vez reconoció su cama, las paredes de su habitación, su escritorio… estaba en casa. La chica se desperezó un instante. Se sentía más descansada que en meses.
  Luego, se levantó envuelta en su pijama de terciopelo y caminó hasta la ventana. El sol iluminaba el exterior, las hojas devolvían su reflejo verde y una brisa veraniega cálida acarició sus mejillas. De repente, un par de mirlos se acomodaron en una rama, a escasos centímetros de ella, y empezaron a mesarse las plumas con el pico. Por primera vez en mucho tiempo, la chica sonrió. Hacía un día espléndido y nada ni nadie podría cambiar aquello.

FIN


jueves, 9 de abril de 2015

El Cielo Gris de la Venganza

Durante el periodo Sengoku(1) de Japón, convivieron dos grandes clanes: el Fujhu, de Akita y el Ghenji, de Iwate. Debido a disputas ancestrales, sus miembros se odiaban mutuamente y peleaban entre ellos. Miles de vidas cayeron durante los enfrentamientos, los cuales se sucedieron por tanto tiempo que llegó un momento en que ya nadie se acordaba de cómo se originaron las disputas.
  Con el paso de los años, subió al poder un shogun(2) piadoso que decretó el fin de la guerra entre los dos clanes. Ofreció retribución a ambas familias por las pérdidas sufridas e instauró una pena de muerte para quien rompiera la tregua. De este modo, los Fujhu y los Ghenji dejaron de pelearse y, con el tiempo, la paz llegó al reino. Pero aquella calma era volátil y endeble, pues muchos miembros de ambos clanes se negaban en secreto a perdonar. Era el caso de Sotomure, del clan Ghenji, un guerrero samurái que perdió a sus tres hermanos y su padre durante la guerra.
  Sotomure era un hombre orgulloso, hábil con la espada y de carácter recto y honorable. Aprovechando la paz y el dinero recibido, compró un dojo para impartir clases de kenjutsu(3) y donde se estableció con su esposa. Con los años, el hombre fue bendecido y maldito al mismo tiempo, pues del fruto de su amor nació la vida y la muerte: su mujer murió durante el parto de su hija, Sushana. A pesar de la pérdida, Sotomure agradeció a los cielos el haberle dado una hija para poder continuar su legado y la crio dándole sus mejores cuidados. Era su mayor tesoro.
  Pasaron los años y la vida de Sotomure prosperó, aunque en su interior seguía sin poder deshacerse de un veneno que le consumía mudamente: el odio por las pérdidas sufridas durante la guerra. Un día su hija, que ya se había convertido en una mujer, le pidió permiso para casarse con un joven que había conocido hacía tiempo. La sorpresa de Sotomure fue mayúscula cuando se enteró de que el pretendiente era un descendiente del clan Fujhu. En el mismo instante en que conoció la noticia, el viejo guerrero tuvo que enfrentarse a una bifurcación en el cauce de sus sentimientos: perdonar al enemigo que tanto le había arrebatado de joven, o impedir la felicidad de su hija. Tras sopesar las opciones, decidió aceptar el casamiento, y tanto la joven como su futuro marido se trasladaron, junto con todas sus pertenencias, al dojo.
  La noche estaba avanzada, cuando Sotomure desenvainó su antigua katana y, mientras Shusana dormía, apuñaló a su futuro esposo en el vientre. “Me vengaré” dijo el joven antes de morir, con una enigmática sonrisa sanguinolenta en la boca. “Adelante. No le temo a la muerte” respondió el samurái. Luego, revolvió toda la habitación.
  A la mañana siguiente, Sushana lloró amargamente la muerte de su amado. Ante los evidentes indicios, la policía concluyó que se había tratado de un robo truncado y cerró la investigación. Sotomure consoló a su hija, mientras en su interior notaba el cálido abrazo de la venganza cumplida.
  Desde aquel día, cada noche, Sotomure se despertaba oyendo débiles sollozos que recorrían las paredes de dojo. Era un llanto ahogado, constante y terrible que le atenazaba el alma, mas supuso que formaban parte del luto de su hija y no le dio importancia. El hombre aceptó estoicamente el calvario nocturno hasta que, cierta madrugada, despertó más agitado de lo normal. La oscuridad era total, a excepción de la luz de una luna roja que brillaba con alma propia en el cielo. De repente, sintió unos arañazos en el piso. Rápido como un gato, el samurái recogió su katana justo cuando la puerta corredera se abría. La armadura ceremonial de los Fujhu pareció contemplarle desde la entrada. La iridiscencia del astro arrancaba reflejos carmesí del metal que iluminaban toda la sala con el color de la sangre. Sotomure estaba convencido de presenciar la materialización de un fantasma y, antes que por la suya propia, temió por la vida de su hija.
- Es a mí a quién quieres. Decidamos esto de una vez- dijo el anciano, desafiante.
  La armadura no respondió. En su lugar levantó su espada hasta colocarse en guardia.
  Sotomure y la aparición se batieron en duelo por largo rato en la oscuridad. La edad había vuelto más lento y débil al hombre, pero mantenía los reflejos intactos y la práctica le había dotado de técnica para suplir sus carencias. Fue por ello que pudo desarmar a su rival y asestarle una puñalada en la barriga, justo donde ya hiriera a su antiguo propietario. Del mismo modo, un reguero de sangre salió de la herida, resbalando por el acero del sable hasta mojar sus dedos. Cuando Sotomure le quitó el kabuto(4) a su adversario, ahogó un grito de dolor al ver la cara de su hija. “Venganza” dijeron sus labios antes de exhalar el último aliento.
  El viejo guerrero encontró una nota en la mano de la joven, la cual había estado apretando contra la empuñadura de su katana durante el combate.

  “Mi amor, aunque te niegues a creerlo, hay posibilidades de que tu padre intente matarme esta noche debido a las antiguas disputas entre clanes. Si algo malo me ocurriera, sería tu deber vengarme. Te quiero”.


  Sotomure no fue capaz de soportar la culpa y se abrió el vientre con su katana. Pero, del mismo modo que la rechazó en vida, no halló paz al otro lado. Y desde entonces vaga por los infiernos, atormentado por los llantos de los nietos que nunca tuvo y perseguido por los ancestros de la familia Fujhu y de la propia Ghenji, por haber acabado con un miembro inocente tanto de un clan como de otro.
  Cuando devolvemos daño a quien nos lo hizo, generamos la potencialidad de que ese mismo dolor nos sea devuelto multiplicado. De este modo, la Venganza es un monstruo que se retroalimenta, y únicamente estará dispuesto a afrontar su camino aquel que esté dispuesto a destruirse a sí mismo.  

FIN


1 Periodo Sengoku: También conocido como "periodo de los estados en guerra", comprendió desde el año 1467 hasta el 1615 y fue famoso por la inestabilidad política y militar del país, así como por la transcendencia de los samuráis en la guerra.

2 Shogun: El mayor título militar, otorgado directamente por el emperador. Durante el periodo Sengoku era quien realmente regía el país, relegando la figura del emperador a un mero observador o título icónico.

3 Kenjutsu: Arte marcial japonés basado en el manejo de un solo sable. 

4 Kabuto: Casco tradicional de la armadura japonesa, habitualmente se usaba junto a un "mengu", una máscara que hacía las veces de armadura facial. 

Fuentes: Diversas series japonesas, cómics y wikipedia (tan friki no soy).


domingo, 5 de abril de 2015

Complejo de Gárgola

El museo de Torrentown era mundialmente conocido por albergar entre sus milenarios muros  la mayor colección de obras de arte que conociera el mundo moderno. Mickelo, Bertotti, Black… todos los artistas de renombre tenía su representación en ese lugar. La gente viajaba de todos los rincones de la tierra para admirar sus tesoros, patrimonio de la humanidad en su mayoría, testimonio de aquellos grandes artistas ya perecidos desde tiempos inmemoriales.
  Las proyecciones que allí compartían techo eran las más deliciosas del mundo conocido: bodegones de mil colores, escenas colosales de batallas épicas, enormes guerreros de majestuosa talla, finos bustos de delicada belleza, grandes bestias mitológicas de aspecto embriagadoramente amenazador… Todo el arte allí era orgulloso y deslumbrante, pues cada día su ego era satisfecho por la ingente visita de quienes empleaban sus monedas en admirarlas… excepto una de ellas.
  En un rincón muy alejado de la entrada, tenebroso y casi sin luz, había una estatua lúgubre y sombría, siempre arropada por el sonido de un triste violín. Tenías una fauces afiladas y saltonas, orejas grandes y puntiagudas, la cabeza deformada, una nariz desmesurada y abultada y una expresión retorcida e infame; su cuerpo estaba encorvado y cheposo, sus extremidades eran desproporcionadamente largas y de su espalda brotaban dos alas retorcidas y resquebrajadas que no habrían podido volar ni aunque hubiesen estado hechas de otro material que no fuera oscuro mármol. La gárgola no recibía miradas de admiración o de fascinación, sólo de desconcierto, temor y rechazo.
  Durante el día, las obras debían guardar la estoica forma ante los ojos de sus aduladores. Mas por la noche, cuando el museo cerraba, se movían libremente y soltaban la cuerda que habían acumulado durante la jornada… y la gárgola sufría las burlas de sus compañeros de muestrario.
- Dinos gárgola, ¿cuántas visitas han ido hoy a verte?- preguntó con sorna un imponente Adonis griego.
- ¿A esa qué van a visitarla? Sin duda, la gente tiene miedo de que ceda su endeble cuello y les aplaste con su enorme narizota- continuó la broma la mitad superior de una joven dama romana.
  Tres muchachas que jugaban desnudas en un parque rieron de manera estridente.
- ¡Eso no es verdad!- se defendió la gárgola.
- Tus facciones son tan grotescas que son un insulto para quienes las sufren- continuó el héroe antiguo.
- ¡Mentira!
- Tu cabeza bien podría sustituir a un pepino en ese bodegón- opinó un lord inglés desde su estudio.
- ¡Callad!
- Y con esas alas tan enclenques no podrías superar el vuelo de una gallina- se inmiscuyó también el óleo de un imponente dragón, de porte brillante y majestuosa.
  Rodeada de burlas y risas crueles, la gárgola entristeció.
  Avanzada ya la noche, cuando todas las demás obras se hubieron cansado de torturarla, la desdichada estatua se sumió en un deprimente monólogo.
- Yo os maldigo, obras infames, a todas. La naturaleza humana de los artistas ha quedado impregnada en vosotras, que como un espejo reflejáis su mezquindad sobre mí. Maldigo a las personas que me otorgan menos atención por mi aspecto, baluartes de la apariencia frente al contenido, superficiales y presuntuosas. Maldigo a mi creador por haberme hecho tan horrenda… ¿me habrás querido en algún momento¿ ¿O tan sólo habré sido un tributo a la fealdad desde el principio, una mofa sobre piedra? Por último, maldigo mi cuerpo, mi imagen impactante, desagradable y monstruosa que tanto dolor me ha traído…
  Lo cierto es que la gárgola era enormemente infeliz. A menudo trataba de lijarse las partes sobrantes de su cuerpo, más no tenía herramientas para ello, por lo que todo quedaba en rozaduras, tan dolorosas como fútiles. Todas las mañanas, el personal de mantenimiento tenía que recoger las montañitas de arena que se acumulaban frente a su peana, procedentes de sus ojos.
- Ojalá hubiera una manera de derrotar el suplicio que me atormenta desde dentro… mi cuerpo es mi enemigo.
  Una mañana, el cielo respondió a sus súplicas. Ocurrió que, mientras la gárgola aguantaba en su triste postura, un niño se acercó a observarla. La gente apenas solía hacerlo unos segundos antes de irse a admirar obras más llamativas y bellas, pero por alguna razón, el niño le dio una oportunidad. El monstruo le dedicó una mirada de soslayo y, por un instante, sus ojos se encontraron.
  Al principio, el joven se asustó un poco. Al contraer el gesto, sus dientes salidos le dotaron de un aire de hámster, sus ojos saltones se abrieron aún más y su nariz aguileña se alzó tanto que casi interrumpió su campo visual. Poco tardó en reponerse de la conmoción inicial.
- ¿Puedes oírme?- le dijo, ceceando.
  La gárgola miró alrededor disimuladamente. Viendo que estaban prácticamente solos, asintió tímidamente.
- ¡Hala! ¡Qué guay!
  La gárgola se limitó a bajar la cabeza.
- Parece que sufres. ¿Por qué estás triste, gargolita?- dijo el niño, con aquella empatía que caracteriza a los más torturados.
  La estatua meditó unos instantes si debía o no contestar.
- Los demás se ríen de mí. Me insultan, me llaman feo y se meten con mi aspecto.
  El niño se encogió de hombros.
- A mí en clase me dicen que me parezco a una gárgola- se limitó a decir.
  La estatua le miró y, de nuevo, maldijo a su creador. Hasta fuera del museo se mofaban de su aspecto y lo utilizaban como algo despectivo.
- ¿Y tú qué les respondes?
  El chico repitió el gesto y, con inocencia, dijo:
- ¿Responderles? Es verdad que me parezco.
  El muchacho escuchó que sus padres le llamaban.
- Me tengo que ir. ¡Hasta otra!
  El joven se fue tan natural y desinhibido como había llegado.
- Que con mis 500 años de historia haya recibido una lección de un mocoso de apenas 10…
  Por la noche, como era habitual, las burlas llegaron a oídos de la gárgola.
- ¿Qué tal, monstruito? ¿A cuántos turistas has espantado con tus orejones de soplillo?- preguntó el Adonis, mientras se colocaba la corona de laurel con la lanza.
  El museo contuvo las risas, esperando el momento de la carcajada.
- Tienes razón. Mis orejas son grandes y puntiagudas como las de un conejo, mi nariz parece la trompa de un oso hormiguero y mis alas no podrían llevarme muy lejos pero, ¿sabes una cosa? Eso no me hace peor, como al busto no le hace peor no tener brazos ni piernas, o al lord inglés tener un bigotillo ridículo que parece una mancha de café, o a ti que tu miembro sea minúsculo. Todos somos diferentes, ¿no crees?
  Entre risas, el Adonis se tapó las partes con la lanza, avergonzado. 
  Y desde entonces, la vida en el museo cambió para ella. Los insultos dejaron de dañarla, las risas no le amargaron y, en fin, a la gárgola nunca más le disgustó que la llamaran “gárgola”.

FIN



Gordos, flacos, altos, bajos, feos, guapos, grandes, pequeños, peludos, calvos… tal vez el truco no sea negar, sino aceptar que todos somos distintos. 
"Si la filosofía tiene algún valor, es el de enseñar al hombre a reírse de sí mismo." Su Tung-p´o