domingo, 9 de julio de 2017

Tormento



El viajero notó un temblor tan brusco que le derribó por completo. Fue un trueno, y como trueno nadie, nunca lo hubiera esperado. El día anterior había estado bien, pero en aquel momento se hallaba hundido en la miseria, en una tormenta que le acuchillaba desde las sombras, desde la nada. Porque sí, era una puñalada y, aunque no pudiera verlo, desangraba.
  Se hizo un ovillo al principio, notando como la lluvia, la luz y los elementos acosaban sus sentidos. Luego, decidió arrastrarse pesadamente hasta una cueva cercana, perdiendo parte de sus enseres durante el proceso, en donde permaneció quieto, sujetándose las piernas con los brazos.
  -Hemos terminado... lo siento, no eres lo que buscamos... fracasaste... no te quiero... -bramaban el viento, la furia y las centellas, el eco de lo que ya no era.
  El viajero se había quedado sin brújula, estaba rota y ya su aguja no señalaba su próximo destino. Por eso no había podido avanzar. Por eso había acabado a merced de la tormenta. Durante toda la larga noche, siguió escuchando aquel funesto aullido. Incluso cuando cayó dormido, la voz de la vorágine siguió torturándole en el mundo de los sueños, que ni siquiera era el suyo. 

Despertó el viajero, envuelto en frío y miedo. Por fortuna para él, resultó que la tormenta había cesado, y que un sol brillante y cálido se filtraba por la entrada de la gruta. Era otro día, uno en que podía ser otra cosa, podía ser lo que quisiera. 
  Salió de su escondite, aún tembloroso y con recelo, cuando un reflejo en el suelo le hizo un guiño cómplice. Tras agacharse a recogerlo, se dio cuenta de que era su antigua brújula, que debía habérsele caído del bolsillo durante su presurosa huida. Cuando la sostuvo en su mano derecha, notó el calor del interior y la negrura de su cara posterior. Parecía que le hubiera caído un rayo encima. Con cuidado, le dio la vuelta para contemplar su inane aguja. Sin embargo, tras mover el objeto de un lado a otro, terminó esbozando una sonrisa.
  Tras reunir los enseres que había conseguido mantener, el viajero se ajustó la mochila, con menos equipaje que antes, y emprendió de nuevo su camino, siguiendo la dirección que le marcaba la punta de su brújula, milagrosamente arreglada. 
  Porque las tormentas pasan, a veces dejando daños, pero siempre dando oportunidades a quienes sepan aprovecharlas. 



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