“Soy un artista,
Descubro los sentimientos de la gente
Sin tener ninguna pista.
Soy un artista,
Hago rimas sin cesar que son
Una maravilla.
Soy un artista,
Pinto cuadros con palabras que
Son un regalo para la vista.
Soy un artista
Cuando muera, más que autopsia,
Me construirán una autopista.”
Conejo Ypunto era
una página web muy famosa entre los animales del bosque. Su creador, Conejo,
tenía más de tres millones de seguidores, y cada día crecía más. Su última
creación, Soy un artista, contaba ya con 2 mil menciones en instafarm y ya todo el mundo había oído
hablar de ella. Su último gran éxito quedaría grabado para siempre en los rojos
ojos que le perseguían constantemente.
Vivía en las ramas
más altas de un enorme cedro, de madera oscura como el carbón, Cuervo. Para el
ave, el último poema de Conejo era insulso, pretencioso, poco original y
desprovisto por completo de alma. Probablemente, Conejo lo hubiera creado en el
baño, o cogiendo partes de otras obras y pegándolas, pero nadie se lo había
dicho y nunca lo harían. Era una estrella, tenía fans, y alguien con fans nunca
hace basura, simplemente “hay a quien le gusta y a quien no”. La belleza no era
objetiva, al fin y al cabo. O eso se decía.
Cuervo era un ser de
sombras, todo lo contrario que Conejo, siempre bajo los focos. El pájaro vivía
apartado de los habitantes del bosque, rodeado de tenebrosos tonos ocres de hojas
muertas. No tenía más remedio. Odiaba y despreciaba al resto, casi tanto como
les anhelaba y necesitaba en silencio. Pero su luz le dañaba, le quemaba las
pupilas. No aguantaba los triunfos de los demás, triunfos que no eran sino la
constatación de sus propios fracasos, de que en realidad no era nada. Su única
compañía eran los gusanos que se arrastraban, seres de tanta desdicha como la
suya. Sin embargo, hasta los gusanos podían convertirse en mariposas. Él no
podía. Por eso se refugiaba en aquel árbol negro de monstruosa talla, lo más
lejos posible de los demás. Ese cedro no era como el resto, le susurraba. Sus
raíces reptaban por el subsuelo sin que nadie pudiera verlas, y se alimentaba
de la sombra de los animales del bosque, de su miseria. Era el sitio adecuado
para Cuervo, aunque doliera y le quemara por dentro. Su lugar.
Había algo que unía
las vidas de Cuervo y Conejo, un nexo: la poesía. Desde su cima, el ave
componía poemas mucho más siniestros, oscuros y llenos de belleza, como la
muerte precipitada que alimenta a una maravillosa flor. Sin embargo, nunca los
leía nadie, no tenía el impacto que quería, a pesar de ser mejor. De entre
todas las cosas que odiaba del mundo, aquella era la peor, la razón de que
nunca jamás pudiera perdonar a Conejo, quien explotaba su fama, conseguida como
toda, de manera incierta y con mucha fortuna, para encasquetar rimas manoseadas
y artificiosas, para pervertir el arte. Y todos eran cómplices.
El triunfo de Conejo
cada vez afectaba más al ave. Cada día revisaba las visitas de Conejo Ypunto,
viendo impotente cómo aumentaban sus “me gusta”, sus palabras de admiración,
ese calor del que él carecía. El odio ya le había hecho cruzar la línea. En
secreto, le había enviado cartas, misivas de desprecio y amenaza, pero dudaba
que las hubiera leído si quiera. Como siempre ocurría, Conejo tenía más
enemigos, gente como él que le odiaba. Ni siquiera en eso era único. Cuervo
había contactado con alguno de ellos, buscando asociación, comprensión y apoyo
entre otras almas atormentadas por su éxito. Pero no era lo mismo. Los demás haters tenían sus batallas, sus triunfos
y su vida. Aparte de despreciarle, no habían alcanzado la cota de encono del
ave. Su odio no era tan genuino.
Mientras, sus poemas
seguían sin recibir visitas. Cuervo estaba tibio de rabia.
-¿Por qué triunfa ese alfeñique? ¿Por qué la fama cuenta
más que la virtud? ¿Es este mundo realmente tan injusto? ¿Es así como se
recompensa a quienes pervierten y retuercen la belleza?
Como cada vez que
lanzaba preguntas al aire Cuervo, el viento arrancaba de las ramas del
tenebroso cedro la respuesta que esperaba.
-Porque la gente es
de ese modo. Porque la inteligencia pierde contra el sentimiento. No es injusto
que triunfe el mejor ante el bueno. El fracaso no es sino lo que merecen
quienes no hacen nada para evitarlo.
Cuervo era, poco a
poco, consumido.
Un día, el destino
quiso que los caminos de las dos almas separadas se cruzasen. Conejo paseaba
por el bosque de manera relajada, disfrutando de los placeres de la
tranquilidad que aquella zona que casi nadie visitaba le ofrecía, cuando Cuervo
le vio desde su alta rama.
-¡Ah! Cuánta paz… ¡qué sosiego! La vida de estrella es una
maravilla, pero a veces a uno le sienta bien un poco de soledad para disfrutar
de sí mismo. ¡Eureka! Creo que ya tengo tema para mi siguiente éxito.
Por la mente de
Cuervo cruzaron menos pensamientos que imágenes ante sus ojos rojos. El
hormigueo incapaz en su pico y en su barriga y el rubor en una mitad de su cara
asfixiaron sus ideas por completo. Si alguien puso un pensamiento en su mente,
ese fue el árbol.
-Hazlo.
Una pluma negra se desprendió de su
cuerpo cuando el ave bajó en picado. En un segundo, Cuervo se abalanzó sobre
Conejo, aprisionando con sus garras el cuerpo del roedor, aplastando su espalda
contra el suelo. Los ojos del famoso mostraban un rictus de terror que
satisfizo como hacía mucho tiempo nada lo hacía al violentado depredador.
-Por favor… no lo hagas… ¿no sabes quién soy yo?- lloró
Conejo.
Cuervo emitió un
graznido desgarrador. Luego, hundió su pico en el pecho de Conejo primero una
vez, luego otra y otra más, dejando expuesto su interior, su aun candente
corazón. Aquella sangre se presentó ante sus sentidos como el más dulce néctar
que jamás hubiera probado.
Una vez terminada
con la vida que tanto sufrimiento le causaba, Cuervo retornó volando al cobijo
de su rama, con su plumaje aun mancillado por dar rienda suelta a sus más bajos
instintos.
La noticia de la muerte de Conejo fue una conmoción para todo
el bosque. Los animales organizaron un gran funeral y todos lloraron la pérdida del gran poeta, incluso
algunos de quienes Cuervo recordaba haber leído críticas. El pájaro, sin
embargo, nunca mostró tal respeto. No quería delatarse, pero no era un
hipócrita. La muerte del roedor era para él una bocanada de aire, un gusto que
habría celebrado aun de no haber sido suya la mano ejecutora. Además, su obra
no había acabado.
Cuervo se presentó
voluntario para dirigir unas palabras al difunto. Su plan era aprovechar su
atención para dedicar unos versos tan deslumbrantes que eclipsarían por
completo la mediocre obra del muerto. No contento con haberle arrebatado la
vida, su próximo paso sería hacer que desapareciera por completo.
- “No es la derrota de la vida,
Es el triunfo de la muerte,
Que a todos de igual modo
Acomete,
Sin importarle posición, rango o fama,
Sin mirar su buenaventura o dicha.
Mientras, a los vivos nos compete
Hacer que se respete la justicia,
Esa que de parcialidad no adolece
Y su mano posa sobre cualquiera
Dándole siempre lo que merece…”
El poema de Cuervo
seguía, aprovechando esa necesidad innata de ver aquello que queremos. Cada uno
de los presentes interpretaría que de los vivos depende honrar la memoria de
quien muere siendo grande. Para el cuervo, Conejo estaba muerto porque lo merecía.
Hubo aplausos tras
la oda y felicitaciones al autor. El entierro continuó como debiera, y ese fue
el fin del poeta.
Se abrió una
investigación sobre la muerte de Conejo que no condujo a nada. No había
testigos, no había móvil aparente ni sentido. El caso fue explicado como poco
más que un siniestro accidente por parte de algún depredador, como si las
estrellas debieran ser inmunes al ciclo de la vida, y todo aquello se cerró con
tristeza. Cuervo quedó libre y, por primera vez en su vida, ilusionado.
Pero las cosas no
fueron tal como había planeado. La gente pasó de página rápidamente, saltando
por encima de su obra. Nadie recordó al autor de la oda que conmovió a los
asistentes al entierro de Conejo. Para ellos, Cuervo siguió sin existir. En pocos
días, los sucesos fueron barridos como hojas en el viento, y todos siguieron
avanzando. De la nada surgió un tal Halcón que ocupó el puesto de Conejo como
autor de moda gracias a sus vídeos de acrobacias. Por su parte Cuervo,
olvidado, descubrió que era igual de infeliz viendo cómo todos los habitantes
del bosque seguían victorias.
-¿Por qué Búha ha encontrado un trabajo mejor que el mío,
si yo era más listo que ella en la academia de aves? ¿Por qué Comadreja sale
con tantas damas, si es sólo un cabeza hueca de bonita sonrisa? ¿Por qué
Lagarto tiene más dinero que yo, si nunca he hecho nada para lucrarme de manera
fraudulenta? Es todo tan injusto…
Los animales y sus
triunfos bailaban ante los torturados ojos de Cuervo. Ahora que por fin había
logrado eliminar aquello que más le corroía, habían surgido mil frentes más, y
de ningún modo podría solucionarlo todo como con Conejo.
Mientras tanto, el
árbol en que se refugiaba crecía imperceptiblemente, alejándole cada vez más
del resto. Pero él no lo veía.
Tras días de tortura,
sus desvelos se vieron recrudecidos cuando de la corteza del cedro brotaron
caras. Eran rostros burlones y sonrientes, todos ellos conocidos lejanos, todos
ellos almas que habían prosperado arrojando más sombras sobre el dolorido ave,
cuyo plumaje había empezado a caerse. Estaban el exitoso Tejón, el popular
Comadreja, la inteligente Ardilla, el rápido Lobo, Búha, Lagarto y Halcón,
todos ellos mirándole con superioridad infinita… y también estaba Conejo,
riendo.
-Me quitaste la vida -dijo la faz del roedor-. Y aun muerto
sigo siendo más recordado que tú.
Todos los rostros se
reían de él, le humillaban. Cuervo hundió su pico en las caras, pero eran
sólidas como la corteza de que estaban formadas y no parecían de este mundo,
eran inmunes.
-Cruel cedro… sé lo que eres. Eres la sombra de ellos, el
mal que me daña a mí, que no he hecho nada para merecer. Soy el único
justiciero, el único que padece en este mundo injusto…
Y el viento, de
nuevo, ofreció su veredicto.
-Te equivocas. No soy
la sombra de ellos, sino que de su sombra yo me alimento. Pero ellos no tienen
culpa, ellos viven sus vidas. Si hay alguien a quien deba llamar padre, lo
encontrarás en cualquier lago de aguas cristalinas, cuando te asomes a tu
reflejo.
Cuervo guardó
silencio. Durante días, el cedro torturó al ave con la visión de la felicidad
que él no alcanzaría, hasta que perdió por completo sus plumas.
Una fría mañana de
otoño, cuando el alma del pájaro no podía aguantar más, una rama negra le
acarició el cuello, primero con suavidad, después con férrea insistencia. Él ni
siquiera se resistió cuando sus garras se alzaron, quedando suspendidas en el
aire.
Y así fue el final
de Cuervo, solitario, colgado del cedro. A su funeral no fue nadie. Ningún
animal recordó su legado. Sus poemas se perdieron en el tiempo y el olvido,
como una flor que se marchita sin haber sido vista por nadie.
Porque la justicia
de parcialidad no adolece, y posa su mano sobre cualquiera, dándole siempre lo
que merece.