Había una personita que se sentía muy desgraciada, porque no
tenía nada. Un día, caminando por la arena de una playa, se encontró con una
gema preciosa, la más radiante que hubiera visto nunca. Habiendo hallado su
joya, por primera vez se sintió feliz, y la cuidó y protegió como si su propia
vida fuese en ello. Con el tiempo, se convirtió en lo más preciado que tenía,
porque para ella era mucho más que una piedra que brillaba, era su espíritu, su
bien y su dicha, por alguna razón.
Entonces, sucedió
que la personita conoció a otra de la que se enamoró. Como ya era feliz,
pudieron compartir juntas muchas cosas, ser amigas y aliadas, confiárselo todo,
incluso lo que a nadie más le habían dicho. Junto su nueva compañera, nuestra
protagonista se sintió tan bien, que una vez decidió regalarle su más preciada
posesión: la gema preciosa.
- Toma, ahora es tuya- dijo.
La otra la cogió de
sus manos y la miró de arriba abajo. Tras unos segundos, cogió fuerza con el
brazo y la lanzó directamente al suelo. La gema preciosa se rompió en un millar
de añicos brillantes, esparcidos por el suelo.
- ¡¿Qué has hecho?!- preguntó la personita, horrorizada.
- La culpa es tuya. Me la diste para que hiciera lo que
quisiera con ella.
Porque era más que
una gema, la personita no se recuperó nunca de aquello. Recogió los pedazos y
los tiró al mar, para nunca más saber de ellos.