1. Ya es mala pata
El
protagonista de esta historia nació en el seno de una familia de categoría “media-baja-media” (como un enano con
escolta). La concepción transcurrió sin incidentes (la cigüeña introduce su
semillita en la cavidad pélvica de la mujer, etcétera), pero durante el
embarazo surgieron serias complicaciones relacionadas con la afición de su
madre a la consumición de pelo de gato y con la afición a no vigilarla de su
padre: tras inhalar un gato montés entero, y después de ver siete horas
seguidas de películas sobre alienígenas, la mujer decidió que su hijo no debía
nacer. Para acometer su plan, se sometió a diversos tratamientos abortivos a
base de pastillas, ácidos y bates de baseball en el abdomen.
Con todo el chico, que había decidido
aferrarse a la vida como un chicle a una zapatilla, nació.
En un
principio, el nombre del muchacho fue escogido por su abuela paterna, la cual
sentía aprehensión hacia la raza humana y se decantó por: “Truñildo”. Tras
descubrir las intenciones de la provecta, los padres de la criatura la dieron
caza, la encerraron en la residencia con mayor índice de D.D.D. (Desagradables
Descuidos Deletéreos) de la zona y le cambiaron el nombre al muchacho por uno
algo más adecuado: Jaime.
–¡Maldigo a mi nieto! –gritó la anciana,
mientras era encerrada–. Vaticino que, cumplidos los dieciséis, quedará
tetrapléjico y comatoso. ¡Lo vaticino!
–Y yo vaticino que no vamos a pagar el gasto extra
de agua potable en tu residencia –respondió el padre de Jaime ante tal amenaza.
Siete minutos después de entrar en la
residencia, la mujer murió.
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