domingo, 12 de abril de 2020

Por ellos

Las 7 de la mañana. El familiar eco precoz del despertador le saca de sus sueños, sonido que le transporta a momentos pasados en que madrugar era lo habitual. Lo único que ha cambiado es la melodía sofisticada de su móvil, en comparación con el chirrido del viejo reloj de mesa que solía emplear aquellos días. Pero el eco sigue siendo el mismo. Toque de diana.

Falso. También ha cambiado su cuerpo. Más provecto, levantarse le cuesta: su cadera está menos fuerte, sus piernas son trémulas, sus manos más arrugadas... pero, en tanto que estas mantengan su firmeza, podrán seguir siendo usadas. Podrán ser útiles.


Mientras prepara un desayuno simple de café y galletas, piensa en su amada. Se pregunta si se siente orgullosa de él, esté donde esté, de su decisión de volver a ponerse la bata tras tanto tiempo colgada, de exponerse a pesar del riesgo. Seguramente sí, tanto como lo estuvo el día en que decidió jubilarse y dar paso a nuevas generaciones. Vive en un pueblo pequeño, de recursos escasos, y se requiere su ayuda. Ellos también merecen ser atendidos. Casi puede oír la voz de su amor verdadero. No les dejes en la estacada.


Los cuidados que el hombre ofrece son limitados. A sus setenta años, está oficialmente retirado y solo cuenta con un equipo algo anticuado en el salón, justo para un tratamiento básico. Pero es útil. No se trata de una herramienta desgastada, como tampoco lo es él. Ningún servicio será nunca más imprescindible que el cuidar a otros. Aunque no hablen su mismo idioma. Aunque él no entienda las palabras exactas, tan solo una idea aproximada de lo que sus pacientes le quieren decir.


Una vez su ritual de preparación acaba, exactamente una hora más tarde de su despertar, implacablemente puntual cual reloj suena el timbre de la entrada. Guantes. Mascarilla. La bata. Todo listo para recibir a su primer invitado. O, en este caso, invitada. Una joven con las mismas precauciones aguarda en la entrada. En sus brazos, una perrita le espera con el gesto temeroso de no entender qué está sucediendo, pero con la vitalidad de la juventud en su mirada. 


–Buenos días. Lola no mueve bien una pata, cojea cuando la saco a pasear.


Él no vacila.


–Pasa al salón. Vamos a ver qué podemos hacer para que se encuentre mejor.

lunes, 30 de marzo de 2020

A UN CIELO DE DISTANCIA


Aquí me hallo, contemplando el eterno azul que se extiende en todas direcciones, igual que hiciera tantas veces antes junto a ti. Que no pueda ser igual en este momento es una condena ante la que no me queda más remedio que rendirme. Porque estás, pero al otro lado del cielo.

  Fuimos felices y tristes pero, juntos, invencibles siempre. Elsa… recuerdo tu nombre cabalgando sobre el viento, con esa entonación que yo le daba y que siempre te hacía sonreír. La pena me golpea de nuevo, una vez más esa sensación desagradable de vacío en mi pecho. Me pregunto si dejaré de sentirla algún día.
  Aun recuerdo la primera vez que te vi, cómo el sol bañaba tu piel. Acababa de conocerte, pero ya te conocía de toda la vida. ¡Qué cosas! ¿Verdad? Nunca creí en esas dulcificaciones de la realidad. Nunca las vi como algo distinto a consejas de hadas. Nunca las entendí del todo hasta ahora. Hasta que ha sido demasiado tarde.
  Con el tiempo, llegué a amarlo todo de ti. Tu melena castaña, tus ojos de bronce, tu piel, tus uñas, tu olor… y también tus imperfecciones. Lunares, espinillas, los rollitos que te salían en la tripa cuando te sentabas y ese silbido que se escapaba de tus labios cuando te reías. Todo. Superada la barrera de lo que la sociedad nos susurra constantemente, la venda de mis ojos se había desprendido y donde antes había trabas, solo vi el sello y la marca del amor.
  Elsa. Tu mero nombre es ya presencia. Recuerdo con imborrable paladar luctuoso la última vez, ese fatídico día en el coche. Si hubiese sabido lo que se cernía sobre nosotros… si hubiese podido esquivar aquel vehículo… ahora todo sería distinto. Ahora mismo no estaría contemplando ese cielo enorme solo, lejos de ti, tan lejos...
  No supe entender el funeral. Estaba obnubilado por mis propios sentimientos, emociones encontradas. Miedo, dolor y… ¿alivio? A mi alrededor solo había rostros tan pesarosos como distantes, caretas de personas que conocía y a las que también quería, pero que sin embargo en aquel momento no significaban nada, apenas sí estaban. Eran impostores de mis padres, nuestros amigos, tu familia… no había reproches ni rencores, pero tampoco consuelo, solo tú en mis ojos y en mi mente. Y no me dolía nada, pero me dolía al verte. Ceremonia breve, como siempre dijimos que sería. Palabras que no me dijeron ninguna cosa de un hombre que no significaba nada para mí, sonidos juntos casi al azar que ni siquiera rozaron mi cerebro, muchas lágrimas escociendo en mi piel, humo, tierra, polvo que regresa y ya nada más.
  Lo que pesa no es la muerte, entiendo. Lo que de verdad aflige es la consecuencia para el destino, el fantasma de aquellas cosas que siempre quisimos hacer juntos y que ahora ya no sucederán. Éramos jóvenes, no hubo tiempo de tener hijos. Dos querías, ambas niñas, para que la una hiciera compañía a la otra, para que fueran un equipo. Los viajes de nuestros sueños que nunca hicimos: la India, Chile o la Gran Manzana. Pero, por todos los vuelos que nunca pudimos alcanzar, todas las vidas que no tuvimos tiempo de crear y todas las hazañas que nos faltaron por conquistar… aún existe esa posibilidad.
  Ahora que se acabó el tiempo, lo entiendo. Yo me he de marchar. Tan solo pido y rezo para que tú sí que cumplas tus sueños. Que viajes, que paladees, que siga tu vida. Que llegues a ser la escritora que siempre quisiste, con ese talento que me desbordaba cada vez que me deleitabas con una de tus historias. Que tengas amigos, que conozcas a gente que te abrace y apoye cuando lo necesites. Y sí, que encuentres a alguien que pueda hacerte feliz cuando yo te falte, que vuelvas a enamorarte. Que seas madre, que tengas a tu equipo. Pido que sigas adelante por los dos, que tus pies te lleven a donde siempre quisimos llegar.
  Yo, por mi parte, te vigilaré desde el cielo, desde cada amanecer y cada atardecer, desde el silencio. Estaré en los malos momentos transmitiéndote lo que pueda para animarte, y en los buenos para disfrutar contigo y ver con orgullo lo fuerte y valiente que estarás siendo por los dos. Porque no hay evento, ni sombra, ni muerte que pueda borrar jamás que siempre te he querido y que siempre te querré.
  Mi alma: sé, ríe y vive por los dos. Es lo único que pido.



martes, 28 de enero de 2020

Otro día que quiero desaparecer

Me quiero ir de aquí.
Quiero salir.
Necesito estar solo,
desparecer
hundirme sin nadie alrededor.
Es el estanque el que ase
el pie del turista
de mares
de muerte
de sombras
sin gente.

No hay esperanza
no hay salida
para no ser responsable
para no ser dañado
quiero estar aislado.
Cabeza muerta
en cuerpo que se pudre,
anhelo vacío.
No queda sueño
que aguante envite
de la vida
cual caballero sin su corcel
cual torre de Babel.

Me quiero ir, oculto.
No hay esperanza,
no hay futuro para nadie.
No lo ven.
No lo quieren.
Me quiero desvanecer
solo, sin nadie.
Solo, sin gente.
Malos modos
dolor
falta de carácter.

Una olla a presión.
Una fiesta sin baile.
Una queja: no ser;
y un anhelo: desaparecer.