Las 7 de la mañana. El familiar eco precoz del despertador le saca de sus sueños, sonido que le transporta a momentos pasados en que madrugar era lo habitual. Lo único que ha cambiado es la melodía sofisticada de su móvil, en comparación con el chirrido del viejo reloj de mesa que solía emplear aquellos días. Pero el eco sigue siendo el mismo. Toque de diana.
Falso. También ha cambiado su cuerpo. Más provecto, levantarse le cuesta: su cadera está menos fuerte, sus piernas son trémulas, sus manos más arrugadas... pero, en tanto que estas mantengan su firmeza, podrán seguir siendo usadas. Podrán ser útiles.
Mientras prepara un desayuno simple de café y galletas, piensa en su amada. Se pregunta si se siente orgullosa de él, esté donde esté, de su decisión de volver a ponerse la bata tras tanto tiempo colgada, de exponerse a pesar del riesgo. Seguramente sí, tanto como lo estuvo el día en que decidió jubilarse y dar paso a nuevas generaciones. Vive en un pueblo pequeño, de recursos escasos, y se requiere su ayuda. Ellos también merecen ser atendidos. Casi puede oír la voz de su amor verdadero. No les dejes en la estacada.
Los cuidados que el hombre ofrece son limitados. A sus setenta años, está oficialmente retirado y solo cuenta con un equipo algo anticuado en el salón, justo para un tratamiento básico. Pero es útil. No se trata de una herramienta desgastada, como tampoco lo es él. Ningún servicio será nunca más imprescindible que el cuidar a otros. Aunque no hablen su mismo idioma. Aunque él no entienda las palabras exactas, tan solo una idea aproximada de lo que sus pacientes le quieren decir.
Una vez su ritual de preparación acaba, exactamente una hora más tarde de su despertar, implacablemente puntual cual reloj suena el timbre de la entrada. Guantes. Mascarilla. La bata. Todo listo para recibir a su primer invitado. O, en este caso, invitada. Una joven con las mismas precauciones aguarda en la entrada. En sus brazos, una perrita le espera con el gesto temeroso de no entender qué está sucediendo, pero con la vitalidad de la juventud en su mirada.
–Buenos días. Lola no mueve bien una pata, cojea cuando la saco a pasear.
Él no vacila.
–Pasa al salón. Vamos a ver qué podemos hacer para que se encuentre mejor.
domingo, 12 de abril de 2020
lunes, 30 de marzo de 2020
A UN CIELO DE DISTANCIA
Aquí me hallo, contemplando el eterno
azul que se extiende en todas direcciones, igual que hiciera tantas veces antes
junto a ti. Que no pueda ser igual en este momento es una condena ante la que
no me queda más remedio que rendirme. Porque estás, pero al otro lado del
cielo.
Fuimos felices y tristes pero, juntos, invencibles siempre. Elsa… recuerdo
tu nombre cabalgando sobre el viento, con esa entonación que yo le daba y que siempre
te hacía sonreír. La pena me golpea de nuevo, una vez más esa sensación
desagradable de vacío en mi pecho. Me pregunto si dejaré de sentirla algún día.
Aun recuerdo la primera vez que te vi, cómo el sol bañaba tu piel.
Acababa de conocerte, pero ya te conocía de toda la vida. ¡Qué cosas! ¿Verdad?
Nunca creí en esas dulcificaciones de la realidad. Nunca las vi como algo
distinto a consejas de hadas. Nunca las entendí del todo hasta ahora. Hasta que
ha sido demasiado tarde.
Con el tiempo, llegué a amarlo todo de ti. Tu melena castaña, tus ojos
de bronce, tu piel, tus uñas, tu olor… y también tus imperfecciones. Lunares,
espinillas, los rollitos que te salían en la tripa cuando te sentabas y ese
silbido que se escapaba de tus labios cuando te reías. Todo. Superada la
barrera de lo que la sociedad nos susurra constantemente, la venda de mis ojos
se había desprendido y donde antes había trabas, solo vi el sello y la marca
del amor.
Elsa. Tu mero nombre es ya presencia. Recuerdo con imborrable paladar
luctuoso la última vez, ese fatídico día en el coche. Si hubiese sabido lo que
se cernía sobre nosotros… si hubiese podido esquivar aquel vehículo… ahora todo
sería distinto. Ahora mismo no estaría contemplando ese cielo enorme solo,
lejos de ti, tan lejos...
No supe entender el funeral. Estaba obnubilado por mis propios
sentimientos, emociones encontradas. Miedo, dolor y… ¿alivio? A mi alrededor
solo había rostros tan pesarosos como distantes, caretas de personas que
conocía y a las que también quería, pero que sin embargo en aquel momento no
significaban nada, apenas sí estaban. Eran impostores de mis padres, nuestros
amigos, tu familia… no había reproches ni rencores, pero tampoco consuelo, solo
tú en mis ojos y en mi mente. Y no me dolía nada, pero me dolía al verte. Ceremonia breve, como siempre dijimos que sería.
Palabras que no me dijeron ninguna cosa de un hombre que no significaba nada
para mí, sonidos juntos casi al azar que ni siquiera rozaron mi cerebro, muchas
lágrimas escociendo en mi piel, humo, tierra, polvo que regresa y ya nada más.
Lo que pesa no es la muerte, entiendo. Lo que de verdad aflige es la
consecuencia para el destino, el fantasma de aquellas cosas que siempre
quisimos hacer juntos y que ahora ya no sucederán. Éramos jóvenes, no hubo
tiempo de tener hijos. Dos querías, ambas niñas, para que la una hiciera
compañía a la otra, para que fueran un equipo. Los viajes de nuestros sueños
que nunca hicimos: la India, Chile o la Gran
Manzana. Pero, por todos los vuelos que nunca pudimos alcanzar, todas las
vidas que no tuvimos tiempo de crear y todas las hazañas que nos faltaron por
conquistar… aún existe esa posibilidad.
Ahora que se acabó el tiempo, lo entiendo. Yo me he de marchar. Tan solo
pido y rezo para que tú sí que cumplas tus sueños. Que viajes, que paladees,
que siga tu vida. Que llegues a ser la escritora que siempre quisiste, con ese
talento que me desbordaba cada vez que me deleitabas con una de tus historias.
Que tengas amigos, que conozcas a gente que te abrace y apoye cuando lo
necesites. Y sí, que encuentres a alguien que pueda hacerte feliz cuando yo te
falte, que vuelvas a enamorarte. Que seas madre, que tengas a tu equipo. Pido
que sigas adelante por los dos, que tus pies te lleven a donde siempre quisimos
llegar.
Yo, por mi parte, te vigilaré desde el cielo, desde cada amanecer y cada
atardecer, desde el silencio. Estaré en los malos momentos transmitiéndote lo
que pueda para animarte, y en los buenos para disfrutar contigo y ver con
orgullo lo fuerte y valiente que estarás siendo por los dos. Porque no hay
evento, ni sombra, ni muerte que pueda borrar jamás que siempre te he querido y
que siempre te querré.
Mi alma: sé, ríe y vive por los dos. Es lo único que pido.
martes, 28 de enero de 2020
Otro día que quiero desaparecer
Me quiero ir de aquí.
Quiero salir.
Necesito estar solo,
desparecer
hundirme sin nadie alrededor.
Es el estanque el que ase
el pie del turista
de mares
de muerte
de sombras
sin gente.
No hay esperanza
no hay salida
para no ser responsable
para no ser dañado
quiero estar aislado.
Cabeza muerta
en cuerpo que se pudre,
anhelo vacío.
No queda sueño
que aguante envite
de la vida
cual caballero sin su corcel
cual torre de Babel.
Me quiero ir, oculto.
No hay esperanza,
no hay futuro para nadie.
No lo ven.
No lo quieren.
Me quiero desvanecer
solo, sin nadie.
Solo, sin gente.
Malos modos
dolor
falta de carácter.
Una olla a presión.
Una fiesta sin baile.
Una queja: no ser;
y un anhelo: desaparecer.
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