Te escondes entre los recovecos de mi alma
al acecho, aguardando ese momento de flaqueza y debilidad
adecuado para aplicarme tu tormento, el tormento del recuerdo y la agonía,
la vida infeliz, una sonrisa.
Te escondes de mi vista, demonio cobarde,
hasta que no tienes el foco encima y entonces...
Entonces me atacas, a traición,
por la espalda.
Líneas que jamás serán leídas por vergüenza, por pena
por puro patetismo
innata apatía reforzada, no aprendida
y en la cima del pozo, que es alto solo si se está al fondo
la mirada devuelves, navaja afilada de rencor.
Demonio cobarde, me pillaste de nuevo
con la guardia baja.
Pero hoy no será el día que esperas,
que yo también espero. Hoy no.
Hoy me di cuenta a tiempo,
cuando tu puñalada certera comenzó a hendir mi pecho.
Hoy no ganas, demonio cobarde.
Mañana, ya veremos.