sábado, 3 de septiembre de 2022

Mar de extraños

 El viejo marino navegaba a la deriva en un mar de extraños. Las olas que empujaban su modesta embarcación eran las personas cuyos rostros había olvidado hacía muchos años.

  Su nave principal había encallado y hundiose en las feroces aguas negras, por lo que el hombre había tenido que recurrir a un pequeño bote salvavidas que en aquel momento estaba siendo arrastrado sin voluntad propia por el vasto océano. 

  El marinero a veces paleaba contra la corriente con su único remo, trataba de desviar el curso de su destino y modificarlo a algún antojo de supervivencia. Clavaba la pala contra esas caras, y después se impulsaba en ellas con todo el peso de su cuerpo en dirección contraria a la deseada. Era entonces cuando los fragmentos de recuerdos se desprendían del mar y sus gotas empapaban la cubierta y el casco. Era ahí donde los veía. Decenas, miles de pensamientos de dolor, de angustia y de impotencia, de tristeza, de melancolía sin fin... eran su familia, sus amigos y conocidos, sus amantes, todos aquellos que una vez habían sido parte de su ser y en aquel momento tan solo eran corrientes que se diluían en un inconmensurable eterno. El dolor le volvía loco, así que trataba de no enfrentarse a ello demasiado. Lo que fuese, sería.

  Uno de aquellos días de su funesto viaje, el viejo lobo de mar contempló a lo lejos, suspendida en mitad de la nada más allá del océano, una gruta de insondable oscuridad hacia la cual su bote se dirigía sin remedio.

  -Así que esto era todo, al fin y al cabo -se dijo, mientras con horror enfrentaba la negra boca que poco a poco habría de engullirle por completo. 

  Y las olas le llevaron efectivamente a la caverna, y el bote fue devorado por aquella negrura.

  Nadie se habría de acordar jamás del viejo marino.