domingo, 25 de julio de 2021

Anoche le hablé a un árbol de mis penas


 Anoche estuve dando un paseo por el campo, solo. Como no había nadie, me permití el lujo de expresar en voz alta lo que rondaba mi cabeza y fue bastante liberador. Era dolor, era odio y era miedo. De alguna manera, el materializarlo con palabras alivió un poco esa presión que constantemente siento en el cerebro. Entiendo que es lo que hacen quienes hablan solos, cuando hay mucha rabia dentro acumulada, por algún lado tiene que escapar. Sé que no es sano, pero he intentado contarle a la gente y no ha funcionado. Ahora que estoy solo, estoy realmente solo.

Lo "gracioso" fue que me encontré con un árbol, uno fino y esmirriado de los que cuando lo miras no puedes evitar intuir lo débiles que deben de ser sus raíces. Tenía una rama, una mustia y chuchurría, lo bastante endeble como para no poder soportar el arbusto que albergaba. Me imaginé que el pobre arbolito había estado escuchándome, soportando mis penas mudamente, y había acabado por aburrirle tanto que había preferido ahorcarse antes que seguir escuchando. Me hizo gracia, esa gracia amarga que surge de mis entrañas cuando más hundido estoy, ese "hay que ser inteligente para reírse de uno mismo" pero sin inteligencia, solo pena. El árbol estaba ahí colgado, y yo le miraba con envidia.

Ayer necesité pensar en un pie gigante aplastándome, primero la cabeza, luego el cuerpo. Yo no era de carne, sino de algún fluido que se deshacía con el peso. He estado pensando que quizás fuera lodo, pero no era tan líquido ni tampoco pegajoso; después pensé en ceniza, pero tampoco tenía ese toque arenoso; ahora, por fin, sé lo que era, sé de lo que soy: una sombra, una que de algún modo ha conseguido volverse un poco más densa que las demás, pero que si la tocas desaparece.

Me diluí bajo un gran pie y fui feliz. Bueno, no tanto. Estuve en paz. Le hablé a un árbol de mis penas y estuve en paz. Caminé por el bosque solitario y estuve en paz.

Hay paz en la soledad, pero también mucho dolor. Debería decirme algo bonito para terminar. Veamos.

La foto del árbol me gustó.


viernes, 23 de julio de 2021

El chico en la boca del infierno

 El chico ante la boca del infierno estaba, aguardando su turno. Ante él condenados se apelotonaban, dando torpes pasos hacia su oscuro futuro. 

Una vez llegada su vez, la boca negra preguntó al chico, que tenía edad de hombre pero que nunca se había atrevido a dar ese último paso hacia la madurez, con voz profundo y desgarrada, desprovista de toda esperanza.

-Y tú, enano. ¿Qué haces aquí?

-Por ego y miedo dejé escapar a lo más bonito que tenía en mi vida y lo mejor. Por mi inseguridad e incertidumbres erré, pequé de creerme mejor y acabé convertido en nada. Por mi única e ineludible culpa me condené en vida y aquí estoy.

La boca solamente preguntó una cosa.

-¿Valió la pena?

El chico dudó unos instantes.

-Ella no era feliz conmigo. Yo no di mi brazo a torcer. ¿Hubiéramos seguido hundiéndonos? No lo sé. Puede. Es probable. También pudiera ser que no, que de algún modo hubiéramos llegado a alguna solución. Ni idea. Pero al final decidí aceptar mudamente el veredicto, sin pedir revisión porque creo que no me la merezco, no me he ganado otra oportunidad. Lo que sí me he ganado es el miedo, el dolor, la yaga en la boca que se agranda cada vez que hablo, las pústulas en la piel y en el alma  propias de quien deja irse a la única persona que podía salvarle de sí mismo... y creo que eso está bien. Nadie merece estar conmigo, aunque hubiera sido malo, no hay razón para ese castigo. No me queda otra que trascender, que ser mejor, ser otra cosa. Con mi dolencia y mi desazón aceptar el desenlace y perderme en las sombras que inevitablemente devorarán mis tripas desde dentro. Aunque me pese, aunque me duela, me he mantenido fiel a mí mismo. Aunque sea la peor de las condenas, la persona más importante de mi vida no era ella, soy yo. Es triste. Es pobre. Es patético. Pero solo me tengo a mí. Y no me queda otra que vagar por este infierno.

La boca sonrió.

-Veo duda en tus palabras. Es la aceptación de alguien que no se cree lo que dice.

El chico se encogió de hombros.

-A estas tristes alturas, ¿tengo elección?

La boca nuevamente se carcajeó.

-No.

Y de un bocado fue succionado, empujado y tragado hacia el abismo por el que habría de vagar. Intentaría, quizás con éxito o no, elevarse lo suficiente para encontrar fuerzas en el dolor y seguir adelante, dando un paso tras otro, moviéndose en la penumbra hasta no poder más, hasta que se acabara todo. Por el bien del resto, por la salud de los demás.

Si lo consiguió o no, no lo sabemos aún. Que lo va a intentar, siempre.