viernes, 3 de marzo de 2023

Luciérnagas encerradas

Las luciérnagas revoloteaban a su alrededor cuales bailarinas hechas de luces, como estrellas fugaces. Había unas que describían sugerentes círculos en el aire, otras emitían profundos chirridos que reconfortaban y daban paz y seguridad. Algunas, refulgían tanto como una montaña de oro a la luz del alba, y otras desprendían un aroma embriagador que despertaba la misma sensación que lo hacía el amor en el cerebro. Cada una a su manera, eran brillantes y preciosas.

  El niño quería capturarlas a todas, hacerlas suyas de manera incuestionable, pero se estaba encontrando con francas dificultades:

  Para empezar, le costaba mucho atraparlas. Corría, saltaba y escalaba por la cueva en la que llevaba toda su vida, buscando el mejor punto estratégico para emboscarlas. Tras horas al acecho, durante el despiste de alguna luciérnaga, era posible capturarla y meterla en la cajita de madera de cedro que tenía, su única posesión. Y era aquí donde aparecía el segundo de sus problemas.

  El niño quería cogerlas a todas, no solo a una de ellas. Pero, en el momento de capturar a una segunda, postrero al paso por el duro proceso previo, al abrir la cajita para introducir a su nueva presa, la antigua que yacía dentro aprovechaba la oportunidad y escapaba despedida como una flecha, para reunirse con sus compañeras al vuelo. Y así una y otra vez.

  El niño estaba furioso. Él quería capturar a todas ellas, no solo a una cada vez… Pero no era capaz, al final siempre tenía que ir turnándolas.

  -Esto es horrible. ¿Dónde está escrito que no pueda tenerlo todo?

  El niño creció, y con él la frustración de ser incapaz de alcanzar todas las luces y mantenerlas al mismo tiempo.

  Un día, al ya adolescente se le ocurrió una posible solución. Con la práctica, cada vez le era más sencillo atrapar a las luciérnagas. En el momento en el que capturó a una de ellas, en lugar de meramente mantenerla dentro de la cajita, la presionó con el dedo hasta que, muerta o agonizante, el ser no pudo alzar su vuelo de nuevo.

  -Ahora, de seguro no podrás escapar.

  Y esto tenía mucha lógica, pero una contrapartida bastante notable: la luciérnaga aplastada, inmediatamente, dejó de brillar.

  El adolescente se quedó por un rato pensativo. Sin duda, la criatura permanecería encerrada para siempre. Pero ya no emitía su luz, ni expresaba ninguna otra característica de aquellas que fascinaron al chico mientras había vivido suspendida en el aire.

  -Pero será mía. Para siempre.

  Decidido, el adolescente se encomendó atraparlas a todas ellas y aplicarles su método de encierro. Una a una, fue introduciendo las luciérnagas en la cajita para, en el momento en que estaban acorraladas, espachurrarlas para que no fueran capaces de escapar.

  Cuando por fin hubo terminado de capturarlas a todas, ya no era un adolescente, sino un adulto completamente formado y establecido. Por fin había conseguido, de aquella manera, su cometido.

  El hombre miró a su alrededor, que se había transmutado en penumbra y silencio.

  -Ahora… ya no me queda nada por hacer en esta cueva.

  Poco a poco al principio, pero cada vez de manera más precipitada, la piel se fue convirtiendo en cuero arrugado, y su melena negra dio paso a las canas.

  Y así fue que el adulto se quedó sentado en una piedra hasta hacerse anciano, esperando en la oscuridad de la cueva y sin nada más que una caja llena de luciérnagas muertas.

FIN


(nota del anciano de la cueva)

Vuelvo a estar sumido en esa espiral de oscuridad. Las ideas no fluyen a través de mis dedos como sí lo hacen por mi cerebro cuando no tengo tiempo de atraparlas, como mariposas en la noche que siempre revolotean fuera de mi alcance…