domingo, 27 de julio de 2025

Corta

No recordaba cómo la había convencido para hacer espeleología. Sin duda, una de sus absurdas ideas locas, una de aquellas por las que se dejaba arrastrar más a menudo de lo que debía. Algo que no podía salir bien, como casi nada de cuanto habían emprendido juntos.

   Y, efectivamente, así había sido.

   Una roca inestable. Un resbalón. Varios golpes contra la pétrea pared vertical, embistes entre sus equipos y ellos mismos. Y, en aquel momento, yacían pendientes de un hilo: él colgaba varios pies por debajo, sujeto por la soga atada a su cintura nada más; la situación de ella era más precaria todavía.

   Los diversos choques durante la caída habían enrevesado los agarres que los sostenían a ambos. Ella estaba por encima, sujetando la cuerda que los mantenía en suspenso. Pero el cable que seguía se había enredado en sus piernas, limitando sus posibilidades de movimiento, así como en su abdomen y su pecho, entorpeciendo gravemente su respiración, asfixiándola por momentos. De esa guía, se sostenía él.

   -Sé lo que debo hacer, pero no puedo. Tendrás que hacerlo tú -dijo él.

   -No, yo tampoco quiero -replicó ella.

   Bajo sus cuerpos, el insondable abismo negro cuyo fondo no se atisbaba ni remotamente.

   Pasaba el tiempo y ninguno le robaba la iniciativa al momento. Ella tenía la navaja que él le había regalado en el bolsillo, accesible para su mano liberada, pero no se decidía a usarla.

   Él tan solo colgaba de la cuerda que los unía. Su cuerpo pesado apretaba más y más la soga, cada centímetro hendiendo la carne de ella como cuchillas, robando su aliento y dotando a su tez de un rubor amoratado por momentos.

   -Hazlo. Tienes que ser tú.

   -Pero es que no quiero.

   -Debes. Si esto sigue así morirás ahogada y yo solo colgaré de un cuerpo hueco.

   -Si corto la cuerda caerás al vacío y morirás, y yo me quedaré sola en esta cueva.

   -Está muy oscuro -respondió él-. No sabemos qué hay abajo. Tal vez agua. Quizás sobreviva. En cualquier caso, dejaré de ser problema tuyo.

   -Tengo miedo.

   -Y yo, pero… ¿acaso es mejor la alternativa?

   Ella lo miró a los ojos. Lo quería, pero tenía razón. Lo sabía. Como también sabía lo que tenía que hacer. Sin embargo, hacerlo daba tanto miedo…

   -¿Pero, cuál es la alternativa? -pensó.

   Sacó la navaja. Él la miró con una mezcla de miedo y resignación.

   Tenía que hacerse.

   Ella acercó el filo a la cuerda. Él sonrió. Fue una sonrisa triste, pero sonrisa al fin y al cabo.

   -Adiós.

   -Adiós.

   Cortó la cuerda que los unía.

   Él desapareció en el tenebroso abismo. Ella, tragó una ávida bocanada de aire.



Abrió los ojos en la penumbra.

   Una vez se acostumbró a la oscuridad, pudo distinguir el techo de su alcoba.

   Rodó sobre su propio cuerpo en la cama, exceptuándola a ella, vacía, y arrancó el móvil del cargador de la mesilla.

   La luz de la pantalla inundó el cuarto.

   Con dedos ágiles, buscó una de sus últimas conversaciones de WhatsApp, la más dolorosa de todas, y escribió.

   «Gracias por todo»

   Lo envió.

   Después, eliminó el diálogo.

   Por último, borró el contacto.

   Volvió a recuperar su posición en la cama. Cerró los ojos y, pasado un tiempo prudencial, consiguió dormirse, por fin respirando profundamente.

 

FIN