Nick Stone era el glorioso capitán del equipo de fútbol “Los
Demonios Pedregosos” de Denver. Fuera del campo, su carácter afable y su
aspecto cautivador, con unos ojos verdes misteriosos y unos bucles rubios que
refulgían como destellos de sol cuando caminaba, le habían hecho muy popular ante la gente. Sin embargo, dentro del campo era donde realmente destacaba.
Su carisma como líder era una roca que desgastaba la moral de los rivales y una
soga que tiraba de su equipo siempre hacia la victoria; corría por el campo
como un animal nacido para ello y regateaba con una elegancia insólita en
alguien de tan corta edad; pero, sin duda, lo más impresionante era su tiro,
capaz de preparar ambas piernas en milésimas, desde cualquier posición, para cargar
un disparo potente que, como mínimo, siempre ponía en apuros al portero rival.
Nick lo tenía todo:
amigos, fama, dinero, chicas y éxito, y más aún tendría si se llevaba a término
la oferta que un reputado oteador le hizo cierto día. El hombre era conocido
por “Sonrisa Dorada”, ya que se había cambiado todos los dientes por unos de
dicho material que gratuitamente mostraba.
- Si sigues por este camino, no tendré otra que llevarte a
Europa, muchacho- dijo el taimado hombre, enseñando su primera hilera de
dientes de oro.
- ¿Usted no estaba interesado en Moon Hollard? Es mi
compañero de equipo, no quisiera robarle una oportunidad de oro- respondió
Nick, dubitativo.
- Moon Hollard es el pasado. Me he dado cuenta yo y se ha
dado cuenta tu entrenador, por eso te hizo capitán. Moon es bueno, no lo niego,
pero no tiene el carisma ni los atributos para llegar a lo más alto. Tú sí.
Llevo años consiguiendo contratos con los clubes más grandes, cogiendo talentos
y creando estrellas. Tú puedes ser la más brillante de todas, te lo aseguro.
Nick se dejó seducir por las ostentosas palabras de
Sonrisa Dorada. Desde aquel día, se entrenó con mayor devoción, radiante de
ilusión ante un futuro tan prometedor. Cada mañana, antes de que sus compañeros
se despertaran, el chico acudía al campo de entrenamiento para driblar entre
conos, dar vueltas al recinto o practicar su magistral disparo a portería.
Cierto día, el joven
practicaba su remate. El sol aún no había salido y una suave brisa le
despejaba el pelo de la frente. Como si de un zapato se tratara, moldeaba a fuerza
el cuero para que se adaptara a su empeine un segundo para, después, lanzarlo
despedido con un último jalón. El balón volaba en línea recta hasta taladrar la
red, girando unas milésimas antes de caer al suelo. Llevaba 6 remates
consecutivos limpiando la escuadra.
“Bota, bota, mi pelota,
contra el suelo ella
rebota.
Bota, bota, mi pelota,
siempre que la bola bota,
la pateo con la bota”
Nick colocó un nuevo
balón en el suelo. Pequeño, ligero y esférico, blanco y negro, hecho de curtido
cuero hilado entre sí por hábiles puntadas. El césped fresco de la mañana
acarició sus dedos un instante. Después tomó cinco pasos de carrerilla y se
dispuso a chutar. Hacía una mañana magnífica, antes de que el sol calentara
demasiado el campo. Con determinación, corrió hacia su blanco pero, antes de
patearlo, un grito le detuvo.
- ¡ESPEEERA!
Nick frenó en seco,
y a punto estuvo de perder el equilibrio y caerse. Sorprendido, buscó en
derredor la fuente del sonido.
- Estoy aquí. Abajo.
El capitán miró al
suelo. Si hubiera sido escéptico, le habría costado asimilar que la pelota le
hablaba.
- Es curioso, nunca había visto un balón que hablara.
- Todos lo hacemos. En el almacén, en la fábrica o en los
trasteros donde nos guardáis. Pero es difícil dialogar con alguien que te está
dando patadas continuamente.
Nick tuvo que
asentir.
- También tenemos emociones, sentimientos y nombres. Me
llamo Balton, por cierto.
- Mucho gusto. Nick. ¿Qué quieres de mí? Estoy ocupado.
- Sí. Moliéndonos a patadas- se quejó el balón-. Pareces un
buen chaval, por eso quería hablarte en nombre de todos nosotros. Chutas muy
duro… y eso duele. Apelo a tu humanidad para que dejes de hacernos daño, por
piedad.
Nick repasó las palabras
a conciencia. Llevaba toda su vida chutando balones, pero nunca se le había
ocurrido pensar que tuvieran personalidad. Sin embargo, lo que
aquella pelota le pedía era insólito. El fútbol había sido todo para él desde
pequeño, y era a través de esos chuts que se había ganado la vida hasta el
momento, los mismos que en adelante servirían para saciar sus aspiraciones de
llegar a la cima.
- ¡Ey, Nick!- saludó el señor Rogers, su entrenador,
entrando desde la grada-. Como siempre, el más madrugador.
- Entiendo lo que dices y comprendo tu postura, pero yo
tengo la mía. Lo siento, pelota, no puedo hacer lo que me pides- susurró Nick.
El chico chutó a
portería con fiereza.
Balton llevaba toda una vida dedicada a ser una pelota.
Empezó desde bien pequeño en la guardería, donde los niños ya se le pasaban
unos a otros con sus churretosas manos y hacían ademanes de patada hacia ella.
Con el tiempo, pasó a dar sus servicios en el colegio, donde era el centro de
los recreos, así como en el instituto. Cada vez las patadas eran más fuertes.
- Cosas de la vida- se decía.
Finalmente, Balton
ascendió hasta entrar en el circuito profesional como balón de entrenamiento. Con
el cambio, deseaba que su vida mejorara, pero nada más lejos de la
realidad: en aquel nuevo mundo competitivo, los mejores eran los que más fuerte
le pateaban.
Tras el
entrenamiento de aquel día, volando de un lado a otro, mareado y magullado,
rebotando contra el suelo o los postes, fue guardado en una apestosa bolsa de
tela con otras pelotas tan desgastadas como él. El viaje al trastero siempre
era silencioso, una procesión funesta de espíritus quebrados. Sin embargo, por
la noche, Balton no fue capaz de contenerse.
- He hablado con uno de ellos.
Las demás pelotas le
miraron horrorizadas.
- ¿POR QUÉ? ¿CÓMO OSAS? ¿Y SI NOS DESCARTAN? SI DEJAN DE
JUGAR… ¿QUÉ SERÁ DE NOSOTRAS?
- No aguantaba más.
- POR LO MENOS SOMOS PARTE DE ALGO. ES MEJOR QUE NO TENER
NADA.
- Para mí no. No pienso seguir tolerándolo...
- JÁ, JÁ, JÁ.
Una risa áspera como
el esparto le interrumpió. Desde la bolsa, Balton pudo ver la fuente en un
altar.
- ¿Por qué ríes, viejo Max? ¿Acaso no estás de acuerdo
conmigo? ¿Acaso no estarías harto de que te tratasen así?
- ¿Harto? Por supuesto.- El cuerpo de Max era una madeja
gastada y antigua, de un material mucho más duro que el actual, una reliquia de
otros tiempos-. Antes era como tú, pero con el tiempo uno se da cuenta de que algunas cosas son como son sin que podamos impedirlo. Pasa en el fútbol, pasa en la vida...
- Hablé con él, el que más fuerte pega. No parecía mala
persona, pero aún así no quiso dejar de hacer lo que hacía.
- Buenas o malas personas, da igual. Ellos son estrellas,
nosotros pelotas. Nos necesitan para triunfar y seguirán aprovechándose
mientras puedan.
- ¡Pero contigo ya no juegan! No te lanzan por los aires ni
te patean. Tuviste que hacer algo, lo lograste.
- Te equivocas. Simplemente, ya no les fui atractivo, no
me necesitaron para nada. Se cansaron y me desecharon. Cuanto antes lo aceptes,
mejor. El mundo es como es, las personas son lo que son. Los de arriba seguirán pateando a los de abajo hasta que decidan dejar de
hacerlo. Punto.
Balton meditó las
palabras con tristeza. Max tenía razón, no podía hacer nada. El mundo estaba
hecho para que unos se beneficiaran de otros, los cuales estaban indefensos
contra el abuso, sin posibilidad de hacer nada.
- No- dijo, sin embargo-. Yo romperé ese destino. Encontraré la
forma.
Entonces, la puerta
del cobertizo se abrió lentamente.
- Conozco esa “forma” que buscas- le dijo una voz que
conocía.
La mañana siguiente, Nick entrenaba con el resto de sus
compañeros. Aquel día era especial. Aquel día, Sonrisa Dorada había ido con un
amigo a verle entrenar, alguien importante. Ninguno de sus compañeros lo sabía,
pero sólo se fijaban en él, la estrella. Con cada jugada bien ejecutada, con
cada remate magistral, el oteador le susurraba algo a su compañero y ambos
sonreían complacidos. Pensó en el vuelco que daría su vida cuando viajara a
Europa. Seguramente fuera con su familia. Su madre llevaba años enferma, y con
el dinero que ganara podría llevarla a los mejores médicos. Luego se permitió
algo de egoísmo y evocó cómo sería su vida: las finales, las emociones
desbocadas, las fiestas, las modelos… tuvo que refrenar sus ideas para no
flaquear en un momento así.
- Aún no lo has logrado, Nick- se dijo-. Todavía tienes que
dar tu mejor esfuerzo.
Entonces, vio un
balón suelto, solitario en mitad del campo. Nick pensó que era buena idea
demostrarles de lo que era capaz. El chico derrotó la distancia que les
separaba y chutó con todas sus fuerzas, un chut que le mandaría directo a
Europa… pero, en su lugar viajó a otro sitio, uno en su interior, lleno de un
dolor agudo, lacerante e intenso que le recorría desde su zurda hasta la espina
dorsal, pasando por la pierna y arribando finalmente en el cerebro con
violencia. Primero los dedos, luego los huesos que los anclaban al pie y,
finalmente, todo el miembro se volvió un amasijo sanguinolento y palpitante.
El equipo se
movilizó al instante. Nick fue llevado a la enfermería con un pronóstico
bastante desfavorable sobre si podría volver a andar con normalidad. Alguien
había llenado el balón de cemento. Todos mostraron públicamente su repulsa al
acto, aunque no se encontrara al culpable, y sus condolencias a Nick. Incluso
Moon Hollard, quien sin Nick en el equipo volvió a ser el capitán y fue elegido
por Sonrisa de Oro para viajar a un equipo de Europa del Este.
- Hasta luego, Nick. Trataré de hacer realidad este sueño
por los dos- fueron las palabras de Moon al despedirse, palabras que no
portaron consuelo-. Mírame, de albañil a jugador profesional… ¿quién lo habría
dicho?
Nick se arropó con
las mantas del hospital en respuesta, ocultando el rostro y ahogando sus
lágrimas en la acartonada tela.
Por su parte, Balton
fue tirado a un vertedero. Habría sido imposible volver a usarlo en el estado
en que se encontraba. El aire era pútrido, los escombros se amontonaban por
doquier y las alimañas corrían libres entre los desperdicios. Libres…
- Yo elegí salir del juego. Aunque sea para estar solo- se
dijo la pelota, contemplando la calmada inmensidad de basura.
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario