miércoles, 11 de enero de 2017

El Cuervo Envidioso

“Soy un artista,
Descubro los sentimientos de la gente
Sin tener ninguna pista.
Soy un artista,
Hago rimas sin cesar que son
Una maravilla.
Soy un artista,
Pinto cuadros con palabras que
Son un regalo para la vista.
Soy un artista
Cuando muera, más que autopsia,
Me construirán una autopista.”

 Conejo Ypunto era una página web muy famosa entre los animales del bosque. Su creador, Conejo, tenía más de tres millones de seguidores, y cada día crecía más. Su última creación, Soy un artista, contaba ya con 2 mil menciones en instafarm y ya todo el mundo había oído hablar de ella. Su último gran éxito quedaría grabado para siempre en los rojos ojos que le perseguían constantemente.
  Vivía en las ramas más altas de un enorme cedro, de madera oscura como el carbón, Cuervo. Para el ave, el último poema de Conejo era insulso, pretencioso, poco original y desprovisto por completo de alma. Probablemente, Conejo lo hubiera creado en el baño, o cogiendo partes de otras obras y pegándolas, pero nadie se lo había dicho y nunca lo harían. Era una estrella, tenía fans, y alguien con fans nunca hace basura, simplemente “hay a quien le gusta y a quien no”. La belleza no era objetiva, al fin y al cabo. O eso se decía.
  Cuervo era un ser de sombras, todo lo contrario que Conejo, siempre bajo los focos. El pájaro vivía apartado de los habitantes del bosque, rodeado de tenebrosos tonos ocres de hojas muertas. No tenía más remedio. Odiaba y despreciaba al resto, casi tanto como les anhelaba y necesitaba en silencio. Pero su luz le dañaba, le quemaba las pupilas. No aguantaba los triunfos de los demás, triunfos que no eran sino la constatación de sus propios fracasos, de que en realidad no era nada. Su única compañía eran los gusanos que se arrastraban, seres de tanta desdicha como la suya. Sin embargo, hasta los gusanos podían convertirse en mariposas. Él no podía. Por eso se refugiaba en aquel árbol negro de monstruosa talla, lo más lejos posible de los demás. Ese cedro no era como el resto, le susurraba. Sus raíces reptaban por el subsuelo sin que nadie pudiera verlas, y se alimentaba de la sombra de los animales del bosque, de su miseria. Era el sitio adecuado para Cuervo, aunque doliera y le quemara por dentro. Su lugar.
  Había algo que unía las vidas de Cuervo y Conejo, un nexo: la poesía. Desde su cima, el ave componía poemas mucho más siniestros, oscuros y llenos de belleza, como la muerte precipitada que alimenta a una maravillosa flor. Sin embargo, nunca los leía nadie, no tenía el impacto que quería, a pesar de ser mejor. De entre todas las cosas que odiaba del mundo, aquella era la peor, la razón de que nunca jamás pudiera perdonar a Conejo, quien explotaba su fama, conseguida como toda, de manera incierta y con mucha fortuna, para encasquetar rimas manoseadas y artificiosas, para pervertir el arte. Y todos eran cómplices.
  El triunfo de Conejo cada vez afectaba más al ave. Cada día revisaba las visitas de Conejo Ypunto, viendo impotente cómo aumentaban sus “me gusta”, sus palabras de admiración, ese calor del que él carecía. El odio ya le había hecho cruzar la línea. En secreto, le había enviado cartas, misivas de desprecio y amenaza, pero dudaba que las hubiera leído si quiera. Como siempre ocurría, Conejo tenía más enemigos, gente como él que le odiaba. Ni siquiera en eso era único. Cuervo había contactado con alguno de ellos, buscando asociación, comprensión y apoyo entre otras almas atormentadas por su éxito. Pero no era lo mismo. Los demás haters tenían sus batallas, sus triunfos y su vida. Aparte de despreciarle, no habían alcanzado la cota de encono del ave. Su odio no era tan genuino.
  Mientras, sus poemas seguían sin recibir visitas. Cuervo estaba tibio de rabia.
  -¿Por qué triunfa ese alfeñique? ¿Por qué la fama cuenta más que la virtud? ¿Es este mundo realmente tan injusto? ¿Es así como se recompensa a quienes pervierten y retuercen la belleza?
  Como cada vez que lanzaba preguntas al aire Cuervo, el viento arrancaba de las ramas del tenebroso cedro la respuesta que esperaba.
  -Porque la gente es de ese modo. Porque la inteligencia pierde contra el sentimiento. No es injusto que triunfe el mejor ante el bueno. El fracaso no es sino lo que merecen quienes no hacen nada para evitarlo.
  Cuervo era, poco a poco, consumido.
  Un día, el destino quiso que los caminos de las dos almas separadas se cruzasen. Conejo paseaba por el bosque de manera relajada, disfrutando de los placeres de la tranquilidad que aquella zona que casi nadie visitaba le ofrecía, cuando Cuervo le vio desde su alta rama.
  -¡Ah! Cuánta paz… ¡qué sosiego! La vida de estrella es una maravilla, pero a veces a uno le sienta bien un poco de soledad para disfrutar de sí mismo. ¡Eureka! Creo que ya tengo tema para mi siguiente éxito.
  Por la mente de Cuervo cruzaron menos pensamientos que imágenes ante sus ojos rojos. El hormigueo incapaz en su pico y en su barriga y el rubor en una mitad de su cara asfixiaron sus ideas por completo. Si alguien puso un pensamiento en su mente, ese fue el árbol.
  -Hazlo.
  Una pluma negra se desprendió de su cuerpo cuando el ave bajó en picado. En un segundo, Cuervo se abalanzó sobre Conejo, aprisionando con sus garras el cuerpo del roedor, aplastando su espalda contra el suelo. Los ojos del famoso mostraban un rictus de terror que satisfizo como hacía mucho tiempo nada lo hacía al violentado depredador.
  -Por favor… no lo hagas… ¿no sabes quién soy yo?- lloró Conejo.
  Cuervo emitió un graznido desgarrador. Luego, hundió su pico en el pecho de Conejo primero una vez, luego otra y otra más, dejando expuesto su interior, su aun candente corazón. Aquella sangre se presentó ante sus sentidos como el más dulce néctar que jamás hubiera probado.
  Una vez terminada con la vida que tanto sufrimiento le causaba, Cuervo retornó volando al cobijo de su rama, con su plumaje aun mancillado por dar rienda suelta a sus más bajos instintos.


La noticia de la muerte de Conejo fue una conmoción para todo el bosque. Los animales organizaron un gran funeral y todos lloraron la pérdida del gran poeta, incluso algunos de quienes Cuervo recordaba haber leído críticas. El pájaro, sin embargo, nunca mostró tal respeto. No quería delatarse, pero no era un hipócrita. La muerte del roedor era para él una bocanada de aire, un gusto que habría celebrado aun de no haber sido suya la mano ejecutora. Además, su obra no había acabado.
  Cuervo se presentó voluntario para dirigir unas palabras al difunto. Su plan era aprovechar su atención para dedicar unos versos tan deslumbrantes que eclipsarían por completo la mediocre obra del muerto. No contento con haberle arrebatado la vida, su próximo paso sería hacer que desapareciera por completo.

- “No es la derrota de la vida,
Es el triunfo de la muerte,
Que a todos de igual modo
Acomete,
Sin importarle posición, rango o fama,
Sin mirar su buenaventura o dicha.
Mientras, a los vivos nos compete
Hacer que se respete la justicia,
Esa que de parcialidad no adolece
Y su mano posa sobre cualquiera
Dándole siempre lo que merece…”

El poema de Cuervo seguía, aprovechando esa necesidad innata de ver aquello que queremos. Cada uno de los presentes interpretaría que de los vivos depende honrar la memoria de quien muere siendo grande. Para el cuervo, Conejo estaba muerto porque lo merecía.
  Hubo aplausos tras la oda y felicitaciones al autor. El entierro continuó como debiera, y ese fue el fin del poeta.
  Se abrió una investigación sobre la muerte de Conejo que no condujo a nada. No había testigos, no había móvil aparente ni sentido. El caso fue explicado como poco más que un siniestro accidente por parte de algún depredador, como si las estrellas debieran ser inmunes al ciclo de la vida, y todo aquello se cerró con tristeza. Cuervo quedó libre y, por primera vez en su vida, ilusionado.
  Pero las cosas no fueron tal como había planeado. La gente pasó de página rápidamente, saltando por encima de su obra. Nadie recordó al autor de la oda que conmovió a los asistentes al entierro de Conejo. Para ellos, Cuervo siguió sin existir. En pocos días, los sucesos fueron barridos como hojas en el viento, y todos siguieron avanzando. De la nada surgió un tal Halcón que ocupó el puesto de Conejo como autor de moda gracias a sus vídeos de acrobacias. Por su parte Cuervo, olvidado, descubrió que era igual de infeliz viendo cómo todos los habitantes del bosque seguían victorias.
  -¿Por qué Búha ha encontrado un trabajo mejor que el mío, si yo era más listo que ella en la academia de aves? ¿Por qué Comadreja sale con tantas damas, si es sólo un cabeza hueca de bonita sonrisa? ¿Por qué Lagarto tiene más dinero que yo, si nunca he hecho nada para lucrarme de manera fraudulenta? Es todo tan injusto…
  Los animales y sus triunfos bailaban ante los torturados ojos de Cuervo. Ahora que por fin había logrado eliminar aquello que más le corroía, habían surgido mil frentes más, y de ningún modo podría solucionarlo todo como con Conejo.
  Mientras tanto, el árbol en que se refugiaba crecía imperceptiblemente, alejándole cada vez más del resto. Pero él no lo veía.
  Tras días de tortura, sus desvelos se vieron recrudecidos cuando de la corteza del cedro brotaron caras. Eran rostros burlones y sonrientes, todos ellos conocidos lejanos, todos ellos almas que habían prosperado arrojando más sombras sobre el dolorido ave, cuyo plumaje había empezado a caerse. Estaban el exitoso Tejón, el popular Comadreja, la inteligente Ardilla, el rápido Lobo, Búha, Lagarto y Halcón, todos ellos mirándole con superioridad infinita… y también estaba Conejo, riendo.
  -Me quitaste la vida -dijo la faz del roedor-. Y aun muerto sigo siendo más recordado que tú.
  Todos los rostros se reían de él, le humillaban. Cuervo hundió su pico en las caras, pero eran sólidas como la corteza de que estaban formadas y no parecían de este mundo, eran inmunes.
  -Cruel cedro… sé lo que eres. Eres la sombra de ellos, el mal que me daña a mí, que no he hecho nada para merecer. Soy el único justiciero, el único que padece en este mundo injusto…
  Y el viento, de nuevo, ofreció su veredicto.
  -Te equivocas. No soy la sombra de ellos, sino que de su sombra yo me alimento. Pero ellos no tienen culpa, ellos viven sus vidas. Si hay alguien a quien deba llamar padre, lo encontrarás en cualquier lago de aguas cristalinas, cuando te asomes a tu reflejo.
  Cuervo guardó silencio. Durante días, el cedro torturó al ave con la visión de la felicidad que él no alcanzaría, hasta que perdió por completo sus plumas.
  Una fría mañana de otoño, cuando el alma del pájaro no podía aguantar más, una rama negra le acarició el cuello, primero con suavidad, después con férrea insistencia. Él ni siquiera se resistió cuando sus garras se alzaron, quedando suspendidas en el aire.
  Y así fue el final de Cuervo, solitario, colgado del cedro. A su funeral no fue nadie. Ningún animal recordó su legado. Sus poemas se perdieron en el tiempo y el olvido, como una flor que se marchita sin haber sido vista por nadie.
  Porque la justicia de parcialidad no adolece, y posa su mano sobre cualquiera, dándole siempre lo que merece.



FIN

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