Abrió
el grifo y no salió agua. Como siempre. Después, bajó hasta la cocina. La
nevera estaba vacía. Aun así, se sentó en la mesa y estuvo un rato parado,
mirando a la nada. Hox se despidió de su esposa con un tímido beso y salió de
la casa, se montó en el coche y empezó una nueva jornada, una en la que no
haría nada, excepto dar vueltas con su bólido.
Hox era un tipo feliz hasta donde podía serlo.
Tenía una preciosa casa de 4 pisos, una familia (Amy, su mujer, y Ross y
Christie, sus dos hijos mellizos) y no le faltaba nada que necesitara. No había
manera de anticipar los terribles acontecimientos que tendrían lugar aquella
funesta velada.
Aparcó en la entrada, donde siempre, y cruzó el
umbral de la puerta.
-
¡Cariño! Ya he… llegado…
Algo en el ambiente le incomodó. No habría
sabido explicar la razón, mas notaba que algo no iba bien. Fue hasta el salón.
El televisor estaba encendido, con aquella perpetua imagen de un parque de
atracciones congelada. Cuando vio lo que había al pie del sofá, su respiración
se heló.
-
¡Amy!
Hox corrió hasta donde se encontraba su
esposa, tendida boca abajo. Alguien la había desnudado. Alguien, o algo, le
había hecho algo peor.
-
Oh, Dios mío, Amy, no…
La mujer tenía todos los miembros dados la
vuelta, completamente descoyuntada. El hombre abrazó el frío cuerpo entre
lágrimas.
-
¿Qué ha pasado? Por favor… Dios…- balbuceó como un bebé.
De repente, el sofá salió despedido por los
aires, impactando contra la televisión. Hox soltó a su esposa, presa del susto,
y ésta también se elevó, golpeando varias veces el techo. El hombre tuvo
entonces la súbita certeza de que lo que había presentido era que había algo más
en la casa, un ente lleno de ira.
Sin perder un segundo, Hox corrió por las
escaleras. No entendía nada de lo que sucedía, y dudaba poder comprenderlo, así
que decidió no perder tiempo en darle vueltas.
La habitación de sus hijos estaba en la
cuarta planta. Cuando entró, les descubrió abrazados en el centro, rodeados de
todos los muebles. A juzgar por el desastre aparente, algo similar a lo que
había presenciado en el salón había tenido lugar allí también.
-
Papá… ¿qué está pasando?- preguntó Christie, entre lágrimas.
La joven tenía el pelo rubio, mientras que su
hermano era pelirrojo. El niño estaba tan asustado que ni siquiera podía
hablar.
Hox pensó que aquella era la pregunta clave
que no importaba contestar. ¿Un demonio? ¿Fantasmas? ¿La casa estaba encantada?
Era imposible de saber. Era inútil saber.
-
Nos vamos.
El hombre cogió a sus hijos de las manos y se
los llevó. En su precipitada huida, muebles y objetos seguían volando:
lámparas, mesillas, camas, espejos… Aquella vorágine era una auténtica
pesadilla.
Habían llegado al segundo piso, cuando un
tirón seco e inesperado le arrebató a su hijo varón. Ross se elevó, gritando y
tendiéndole la mano vacía en el aire.
-
¡Papá!- lloró el joven.
Hox no fue capaz de reaccionar a tiempo. Los
ojos del infante reflejaron un terror tan profundo como la muerte y, en un
segundo, su cabeza se desprendió de su cuerpo.
-
¡Hermano!- chilló Christie.
Quizás la niña sí, pero Hox no podía permitirse
llorar. Ya habría tiempo luego. El hombre levantó a su hija en brazos y siguió
adelante.
A pesar de la celeridad, evitó caer por las
escaleras. El recibidor era un campo de batalla, imposible de atravesar. Un
cuadro volador casi le saca un ojo, y una silla estuvo a punto de derribarle.
La puerta estaba impedida por un armario.
Hox probó suerte en el salón. Trató de no
mirar más de lo necesario, evitando enfrentarse al cadáver de su esposa.
-
No mires, cielo- le susurró a Christie.
El hombre corrió hasta una ventana y dejó a
su hija en el suelo. Trató de abrirla sin éxito. Estaba atrancada.
-
Papá, ¡deprisa!
Las cosas se volvieron mucho peor dentro de
la casa. Todos los objetos salieron despedidos al mismo tiempo, cada vez más cerca
de ellos. El hombre puso todo su empeño en forzar la salida.
-
¡Papá!- chilló Christie.
Finalmente, la estructura cedió. Hox sacó a
su hija primero y después, de un salto, él también salió al exterior.
El estruendo dentro de su casa les indicó que
las cosas seguían siendo peligrosas. Hox y su hija no se detuvieron.
-
¿Qué está pasando…?- insistió la niña, deshaciéndose en lágrimas.
-
No lo sé… juro que no lo sé…- lloró también Hox.
Los dos habían alcanzado el coche casi, cuando
un golpe le derribó. Notó una fuerza opresora en su espalda, tan poderosa que
le mantuvo pegado al suelo.
-
¡Papá!- gritó Christie, mientras se elevaba varios metros.
-
¡Hija!
Hox trató de zafarse. Pataleó impotente, pero
no pudo hacer nada.
-
¡Pap…!
El cuerpo de la niña empezó a retorcerse de
manera horrenda, a deformarse y a romperse en varias partes, como si estuviese
dentro de una trituradora invisible.
El dolor y la rabia consumieron a su padre.
-
¡Nooo…!
-
¡Jaydon!- gritó Jocelyn.
El niño miró a su hermana, con un gesto mitad
culpable, mitad risueño en el rostro. Luego, cogió el muñeco que estaba pisando
y se lo enseñó a la niña, radicalizando su sonrisa.
-
Esto por lo de ayer.
La pequeña miró su habitación, toda
desordenada, especialmente su casita de muñecas. Algunos de sus juguetes
estaban rotos, y su perro se entretenía masticando una muñeca rubia.
Jocelyn empezó a llorar. Salió de la
habitación, gritando desconsolada.
-
¡Mamá! ¡Jaydon me ha roto las muñecas y le ha dado mi prefe a Buster…!
-
¡Ella ayer me coló un balón!- se defendió su hermano, corriendo tras ella.
Tendido en el suelo, Hox apenas podía dar
crédito. Quizás por el dolor, quizás porque así lo había querido el destino, la
barrera entre sus mundos se había roto y él había podido verles. Eran gigantes,
eran poderosos, tanto que podían jugar con sus vidas. Pero aquellos seres,
dioses o no, habían destruido a su familia.
El muñeco se puso en pie con dificultad y
corrió a esconderse. Por el camino, vio un reflejo plateado en una de las
estanterías. Parecían unas tijeras gigantes.
Hox se metió bajo la cama, manteniendo en su
mente el recuerdo de sus seres queridos asesinados, mutilados. Y el recuerdo
del acero.
-
Llegará la noche… llegará mi venganza…
FIN
Un nuevo Stephen King enhorabuena
ResponderEliminarDerroche de imaginación
Un saludo seguimos leyendonos