Se aproxima Capicúo, el héroe que lucha por la paz, la
justicia y el reciclaje. Ungido y nombrado caballero por Chirivias MCDXVHZX5II, el rey loco e ignorante de la numeración romana, luego de
reducir la tasa de basuras un 0,3% en el reino, el valiente guerrero viaja
ahora al pequeño poblado de Norforest, al Sur, en donde se solicitan
urgentemente sus servicios...
Capicúo llegó a su destino, tras 6 días de viaje, montado en
su lustroso alazán. Durante el trayecto, el rocío y la lluvia habían sido su sustento, las raíces de los árboles su alimento y los pequeños roedores y las livianas aves del bosque, sus amigos.
Con trote firme, guió su corcel hacia la plaza donde le habrían de esperar. A su paso, los mugrientos aldeanos salían de sus hogares en deplorables condiciones, pero con el brillo de la esperanza en los ojos. Algunas casas estaban derruidas o reducidas a cenizas,
otras simplemente tenían las paredes carbonizadas y teñidas de negro.
En cuanto los cascos del corcel patearon el
pedregoso suelo, un aldeano picado de viruela y con el rostro congestionado
corrió a recibirle.
- Bien hallado, caballero. Vos debéis ser Capicúo.
- En efecto, en efecto.
- ¡Loados sean los dioses! Temíamos que algo malo os
hubiese pasado. Tardasteis en llegar dos días más de lo esperado. ¿Hubo algún
contratiempo en el camino que entorpeciera vuestro viaje?
- Ni uno.- Capicúo negó con la cabeza-. Pero no es bueno
hacer correr a tu caballo. Se fatiga y sufre. Además, es menester cepillarle el
pelo e hidratarlo convenientemente.
- ...oh.
- ¿Dónde está mi recibimiento? ¿Hay algún lord o abad que esté al cargo de este pueblo y sus gentes?
El hombre negó con el gesto.
- Todos huyeron tiempo atrás. Y así habríamos hecho nosotros mismos si tuviéramos un lugar al que refugiarnos. pero nuestros cultivos y nuestras casas están aquí, aunque saben los dioses por cuánto tiempo. Le enviamos nosotros mismos la petición, con el sello del antiguo señor de estas tierras, porque nuestra situación es desesperada.
A Capicúo no le gustaban los engaños, y mucho menos el haberse visto envuelto en el embuste. Sin embargo, dada la visible desesperada situación de las gentes del lugar, decidió dejar pasar el detalle.
- Contadme, humilde aldeano, ¿qué dolencia os consterna para
que requiráis mis servicios?
- Oh, Capicúo, valiente y noble guerrero, este pueblo
otrora dichoso, ahora sufre y padece los designios de los cielos, pues gran mal
nos aflige: un dragón nos acecha.
Capicúo desmontó de su caballo, restándole la carga
de su enorme cuerpo y armadura a su grupa. Pesaba mucho y no quería hacerle
daño.
- Cuéntame más, labriego desesperado. ¿Qué hace ese dragón
para quitaros el sueño?
- Acomete contra nosotros el más cruento crimen, buen
guerrero: nos ataca y devora cual corderos casi a diario. Florian el panadero,
Julieta, la hija del frutero y, ayer mismo, a Eufrasio... ¡mi propio cuñado!
Como ve, estamos desesperados, ya casi no nos atrevemos a salir de nuestras
casas... Tenemos hijos, yo mismo, a mi amada Lucrecia. Temo por ella.
Capicúo se llevó su mano enguantada en acero al
mentón y lo frotó pensativo.
- Y decidme... Esos Florian, Julieta, Eufrasio... ¿eran buenas
personas?
- ¡Oh, sí! De las mejores. Buenos cristianos, feligreses
entregados...
- Ya, ya, pero... ¿qué hacían para ser especialmente
buenos?
El aldeano arqueó una ceja.
- Exactamente- insistió Capicúo.
- No comprendo.- El aldeano empezó a vacilar.
- Sí. Ya sabe... ¿había alguna actitud dentro de su
habitual repertorio de conductas que les hiciera merecedores de una
consideración especial?
El aldeano reflexionó un instante.
- Bueno... no, supongo que no eran especialmente buenos.
Pero nunca tenían problemas con nadie... Y el pan que horneaba Florian lo comió
un duque una vez.
- Ajam, entiendo...- Capicúo sacó libreta y lápiz de entre
los pliegues de su armadura y comenzó a escribir-. Contadme más: ¿vos soléis
consumir alimentos inorgánicos?
- ...de nuevo, no comprendo.
- Me refiero a rocas, nieve, minerales...
- Oh. Pues no, mi señor, no. Realmente. Comida normal.
- ¿Qué es comida normal?
- Eh... no sé. Huevos, leche, carne, verdura... esas...
cosas...
- Ya veo... ¿puedo preguntar qué habéis desayunado?
- Cordero asado, mi señor. Mas no comprendo...
- Y, respecto a ese cordero, ¿sabéis si era beligerante o
especialmente malvado para sus semejantes?
- Yo supongo que no. Pero...
- Y aún así os lo comisteis.
- Ssssssíiii...- dijo el aldeano, arrastrando la palabra,
confuso.
- Entonces, ¿en nombre de qué justicia he de yo, héroe
valeroso y consecuente con el medio ambiente, dar muerte a un dragón que, al
igual que vosotros, se alimenta de otros seres para sobrevivir?
- ...nunca lo había visto así.
- ¿No tiene derecho también? ¿Hay alguna ley divina que impide a una criatura del señor subsistir sirviéndose su propio sustento?
- Esto... pues... vaya... no... que yo sepa.
- Ya. Pues esto haremos: no veo crimen alguno en la actitud
de la bestia mas, como entiendo ha de ser en propia defensa, no emprenderé
represalias legales contra vosotros si decidís matar al dragón. Por mi parte,
este asunto ni me va ni me viene, me lavo las manos.
- Oh.
- Y me voy.
- Oh. Bueno. ¿Y si se lo pido por favor?- probó el aldeano.
- Nada de nada. No es negociable.
- Vaya. Pues nada. Gracias.
- No hay de qué.
Capicúo montó con cuidado en su caballo y se fue de
Norforest.
Y las cosas siguieron su curso. Al día siguiente, el
dragón de comió a Lucrecia. Dos semanas después, a su padre.
De este modo, una vez más, la justicia y el respeto por la
naturaleza prevaleció gracias a Capicúo, el héroe consecuente con el medio
ambiente.
Y el dragón vivió feliz y comió personas.
FIN
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