¿Le has matado?
- ¿Por qué
mató a su marido?
¿Estás
muerta?
- ¿Lo hizo?
La chica abrió los ojos. La súbita luz inundó
sus pupilas como un vaso de agua que rebosa, cegándola absolutamente.
- ¿Sabe cómo
se llama?
La voz procedía de su derecha, de un hombre.
Había 3 personas más, pero era incapaz de distinguir el rostro de ninguno debido
a la excesiva luz. Notaba los baches que superaba la camilla conforme se movía.
- Alba. Alba
Soler.
- ¿Sabe lo
que ha pasado? ¿Sabe dónde está?- De nuevo, la misma voz.
Alba negó con dificultad. Tenía el cuello
inmovilizado, probablemente por un collarín.
- ¿Por qué
le mató?
Alba trató de escudriñar a su interlocutor a
través de la luz, pero resultó ser un esfuerzo fútil. Su voz le sonaba.
- No he
matado a nadie…
Tras aquellas palabras, cayó en un sueño
profundo.
La música
golpeó sus oídos, repentina como una lluvia de verano. A Little Less Conversation, de Elvis, una de las canciones
favoritas de su marido. A pesar de oírse con interferencias, pudo reconocerla
perfectamente.
Alba entreabrió los ojos. Estaba en una
habitación completamente blanca, sin un solo ornamento. La única ventana por la
que se colaba una luz clara daba a la fachada del edificio de al lado. No había
muebles, a excepción de su camilla, la mesilla de al lado sobre la que
reposaban algunos objetos, como una lámpara y la radio, y una silla de metal desde
la que un hombre ataviado con bata blanca le observaba. El aparente doctor se
encorvó hasta apagar el transmisor.
- Disculpe,
a veces se enciende sola. Lamento que le haya despertado.
Alba tragó saliva y parpadeó con lentitud.
Tenía la garganta seca y dolorida, y estaba parcialmente inmovilizada, tanto el
cuello como su brazo izquierdo escayolado.
- Soy el
doctor Christian- se presentó el médico.
Alba le reconoció por la voz. Era el mismo
que la había llevado hasta allí. Descubrió que no sólo la voz le resultaba
familiar, sino también su aspecto. A pesar de estar sentado, se apreciaba
perfectamente que era alto, de más de metro ochenta, tenía perilla y un pelo
marrón que empezaba a volverse gris por algunas zonas, con un rostro cuadrado y
atractivo. A pesar de sus esfuerzos, Alba no consiguió recordar dónde le había
visto antes.
- ¿Dónde…?-
comenzó la chica.
- Esto es un
hospital. ¿Cómo se encuentra?
Alba se lamió los labios.
- Tengo sed,
y… me duele la nariz.
Te arde
la nariz. Te aprieta, te molesta, te impide respirar.
El doctor Christian apuntó algunas cosas en
su libreta.
- ¿Sabe por
qué está aquí?
- No…
Más apuntes, esta vez algo más largos. Una
vez acabado, el doctor apretó el extremo de su bolígrafo, escondiendo la punta.
- Una última
pregunta, ¿por qué mató a su marido?
Alba tardó unos segundos en asimilar la
acusación.
¿Por
qué…?
- No lo sé.
Es decir, yo no he matado a nadie.
Christian asintió. Después, se levantó de su
silla y se dirigió a la puerta.
- Procure
descansar- dijo, antes de dejar a la mujer sola.
La
oscuridad es total. No ves nada. No sientes nada. Estás suspendida en un tarro
de cristal lleno de agua. Se va llenando poco a poco, gota a gota, lágrima a
lágrima…
Alba abrió los ojos. La oscuridad era
completa. Alguien había corrido las cortinas de la ventana. La oscuridad era
infinita. La chica intentó incorporarse en su cama, encontrar una posición más
cómoda, pero le resultó imposible. El cojín era tan blando que apenas lo
sentía, y casi no se podía mover.
Por
Dios, Alba, ¿qué has hecho?
La oscuridad era inexpugnable. La chica trató
de sosegarse, de encontrar de nuevo el sueño y la paz. Gotas. El sonido de un
goteo constante, como de un grifo, luchó junto al dolor para alejarla de sus
sueños.
No
recuerdo ningún grifo cerca. No recuerdo nada de lo que pueda venir ese sonido.
La chica intentó encontrar el sueño durante
varios minutos, sin éxito. El sonido era un repiqueteo constante y molesto.
Finalmente, con esfuerzo buscó a ciegas el
interruptor de la lámpara. La oscuridad era opresora. Y entonces, se hizo la
luz.
Alba miró a su alrededor, difícil empresa sin
mover el cuello. En la semipenumbra, no descubrió nada distinto a lo que había
visto por el día. Decidió tumbarse.
El techo era blanco, como las paredes. Por
eso pudo verlo sin problemas. Una mancha oscura, justo encima de su cabeza,
como una gotera de otro color.
Qué
extraña humedad. Casi parece… roja.
El
sonido de goteo volvió de nuevo. Alba vio un reflejo cruzar ante sus ojos,
luego otro. Gotas carmesí volaban delante de ella. La chica trató de agarrar
una con la mano. El líquido chocó y se deshizo como la tinta en su palma, y
ella se lo llevó ante los ojos.
Sangre.
Sin duda era sangre. Su sangre. Y estaba
ascendiendo hacia el techo, en donde alimentaba la mancha, cada vez mayor.
Alba se incorporó bruscamente, con un sonoro
crujido de cuello.
La radio prendió, como si la estuviese
esperando, y Elvis trató de ahogar sus gritos.
- ¡Socorro!
¡Socorro!
Pocos segundos pasaron antes de que el doctor
Christian apareciera con la misma bata blanca, con el mismo pelo cano.
Demasiado pocos. El hombre encendió la luz y apagó la radio.
- ¿Qué
sucede?
Alba se recostó para mirar al techo.
Nada.
La mancha había desaparecido. La chica se
tocó las cejas, el lugar de dónde creía procedía la sangre. Nada.
Estás
loca.
El doctor Christian la guio con las manos
hasta encontrarle una posición adecuada.
- Es normal
experimentar miedos irracionales en su situación. Procure descansar.
Alba consintió la ayuda. Se encontraba débil,
sin fuerzas, dolorida y sedienta.
- Por
cierto, señora Solar, ¿por qué mató a su marido?
Alba miró a Christian súbitamente. El hombre
seguía clavando en ella sus fríos ojos azules, sin ningún tipo de emoción.
- Yo no maté
a mi marido.
El doctor Christian apagó la luz de la
mesilla y se levantó. A pesar de verlo desde el rabillo del ojo, Alba creyó que
el hombre se alejaba andando hacia atrás. Luego, apagó la otra luz.
La
oscuridad…
“A little less conversation, a little more
action please,
All this aggravation aint´t satisfactioning
me…”
Maldita radio.
Alba abrió los ojos de nuevo. La luz tenue ya
iluminaba su cuarto. El techo estaba limpio otra vez, lo cual la alivió.
Con calma, la muchacha trató de ordenar sus
pensamientos. No recordaba nada de lo que había pasado antes de entrar en el
hospital.
Tu
marido te quería.
Las palabras, que acudieron a su mente desde
la nada, la hicieron sentir triste. ¿De verdad era posible que le hubiese
matado? Respiró profundamente por la boca. Apenas lograba que pasara aire por
su nariz.
Una
fiesta. Estabais en una fiesta.
El pensamiento fue tan repentino que dudó de
si se trataba de un susurro. Era cierto, creía, hasta cierto punto. Había ido a
una fiesta con su esposo.
¿Qué
esposo? ¿Cómo era?
- Traidor…
La chica se convulsionó, tratando de alejar
los pensamientos confusos. Le dolía la cabeza, probablemente por algún golpe. Se
pasó la mano por el pelo, para masajearse las sienes y calmar sus ideas. Lo
tenía sucio y pegajoso. Se dio cuenta de que no sabía qué aspecto tendría, pero
sería horrible.
¿Cuánto
llevas sin ducharte?
Alba
se mesó un mechón de pelo. Antes de soltarlo, un grueso se desprendió, muy
cerca de su frente. La chica se contempló la mano. Allí estaba su guedeja
castaña, oscurecida y apelmazada, colgando de su palma. En uno de sus extremos,
una costra roja y sanguinolenta goteaba sobre su regazo.
- ¡Doctor!
¡Doctor!
El doctor Christian volvió a entrar con
inusitada prontitud. El médico caminó hasta la radio y la apagó con calma.
- ¿Le gusta
esa emisora?
Alba ni siquiera prestó atención a la
pregunta.
- Doctor,
mire.
La chica le enseñó el mechón de pelo. Pero no
era igual. El pelo estaba limpio, y no tenía aquella costra desagradable.
Christian la miró impasible.
- Arrancarse
el pelo es un síntoma común en gente que ha hecho lo que usted. Pero no debe
ceder a sus instintos.
Alba le miró, extrañada.
- ¿Hecho?
¿Qué he
hecho?
- Debe estar
tranquila. Esta tarde vendrán a aclarar las cosas. Mientras tanto, descanse.
- ¿Qué es lo
que hice?
- No es de mi
competencia juzgarle. Descanse, mientras tanto. Esta tarde vendrán a aclarar
las cosas. Tranquila debe estar.
Alba volvió a recostarse. Se sentía, de
nuevo, agotada hasta la extenuación. Estaba claro que había sufrido alguna
especie de traumatismo, probablemente sufriera los efectos del estrés. Tenía
razón. Tenía que calmarse.
¿Cuánto
llevas sin beber?
- ¿Me trae
un vaso de agua?
- Le daré lo
que merezca- respondió el médico con frialdad.
No te
lo mereces.
Esta vez, inequívocamente, el doctor
Christian se levantó y se marchó de la habitación andando hacia atrás. El
sonido de sus playeras en el suelo rebotaba en sentido inverso, como si se
tratara de una cinta siendo rebobinada.
La mañana
fue larga y aburrida. Alba alternó momento de lucidez con momentos de
somnolencia superflua. Trataba de recordar, pero a veces le pitaban los oídos.
Al principio levemente, después más alto.
No
importa. Piensa, ¿qué pasó?
Trató de recordar nuevamente. ¿Qué había sucedido
el día anterior? ¿Cómo había llegado allí? Cuanto más se esforzaba, más se
frustraba. El dolor de su nariz aumentaba, y el de su cabeza. Recordaba el
sabor de la fiesta, a alcohol, a risas, pero también a tristeza. Aquello era
como chocar contra un muro. Al principio de manera imperceptible, hasta que
finalmente lo cubrió todo, el pitido de su cabeza creció, ganó tamaño e
intensidad, volumen, hasta aprisionarlo todo a su alrededor. Con dolor, apretó
los ojos. Era casi como un claxon. Un sonido constante y violento, sentía como
si su cerebro sangrara…
- ¿Señora
Soler?
El pitido desapareció.
El doctor Christian estaba delante de suya.
Su ropa había cambiado, pero era él sin duda. Misma barba, mismo pelo cano,
mismos ojos azulados. En lugar de la bata blanca, ahora llevaba una gabardina
oscura que le llegaba hasta las rodillas.
- ¿Sí?
- Agente
Clar, de la nacional. Quería hacerle una pregunta.
Alba le miró con ojos vidriosos. El agente
especial tenía idéntica mirada, el mismo pelo, la misma estatura.
Es
imposible.
- Es
imposible- dijo ella en voz alta.
El agente Clar ignoró el comentario.
- Señora
Soler, le prometo que esto será mejor para todos si colabora. Dígame, ¿qué fue lo
que pasó?
Eso es.
¿Qué pasó?
- Yo no… yo…
no lo sé. No lo recuerdo.
No lo
quieres recordar.
- Señora
Soler, por favor, responda.- El agente Clar se encumbró sobre ella-. ¿Por qué
mató a su marido?
- Yo no…
- Eso. ¿Por
qué me mataste?
Al principio, Alba creyó que la voz procedía de
su cabeza. No era así. La frase era grave, distorsionada y sucia, como naciente
de una boca llena de barro. Y venía de su derecha.
Alba se volví con dificultad, dando la
espalda al investigador. Una mirada muerta le devolvió la suya. Ante ella,
encontró una cara deformada, destrozada, abierta por la mitad. Aquel rostro era
un amasijo de carne y huesos irreconocible, a excepción de la dentadura
expuesta y sanguinolenta de la que escapaba parte de la lengua entre las piezas.
El cadáver estaba tumbado a su lado, a lo largo de la camilla. Casi podía
sentir el frío de su cuerpo.
- ¿Por qué,
Alba?- repitió el muerto, y una ola de sangre y dientes machacados se escapó de
sus torturados labios.
Alba chilló como nunca antes había hecho. La
chica empezó a convulsionarse, apartándose del muerto con vehemencia, hasta que
dos brazos fuertes la sujetaron.
- Tranquila.
Necesitas descansar- dijo la voz de Clar, ¿o era la de Christian?
La chica se debatió, peleó cuanto pudo, trató
de zafarse de la prensa para alejarse del muerto. El pitido volvió a su cabeza,
aquel claxon vehemente y furioso, ensordecedor. Respondía con repugnancia cada
vez que rozaba el cuerpo del cadáver parlante.
No le
ven.
- No hay
nadie más aquí- dijo el hombre.
- Yo no he
dicho nada…- lloró Alba-. Por favor, dejadme…
Jajajaja.
Debiste haberlo pensado antes.
-
Tranquila.- Esta vez, la voz de su captor resultó mucho más suave y serena-.
Necesitas descansar.
Poco a poco, las sombras volvieron a
adueñarse de la mente de la joven.
Alba
despertó. De nuevo, esa negra oscuridad.
Queda
poco. Ya vienen.
La chica estaba confusa y mareada.
Gradualmente, los últimos acontecimientos volvieron a su mente. Un sentimiento
de terror embargó su cuerpo por completo. El cadáver… o lo que fuera, podía
seguir allí, silencioso, guarecido por las sombras. Intentó no moverse. Casi ni
respiró para ello. Cualquier roce sería horrible, y más a ciegas.
Es la
consecuencia lógica de tus actos, ¿no crees?
Alba
empezó a llorar. Las lágrimas brotaron ácidas desde sus ojos, resbalaron por
sus mejillas y se filtraron dentro del collarín de su cuello.
Súbitamente, “A Little More Conversation”
estalló de nuevo en la radio. El corazón de Alba estuvo a punto de colapsar. La
joven buscó la luz a tientas, la prendió y cogió la radio. Se descubrió a sí
misma sola en la habitación, con alivio.
- ¡Radio del
demonio!
La chica apretó con fuerza el botón de
apagado, pero no funcionó. La música seguía sonando. Con dedos nerviosos, buscó
la apertura para las pilas.
- Vamos,
vamos…
A pesar de contar con una sola mano,
consiguió abrirla. Nada. El espacio para la batería estaba vacío.
Alba arrojó el objeto con toda su fuerza
contra el suelo, en un acceso de rabia. La radio estalló en mil pedazos, esparciendo
fragmentos de plástico por todos lados. Era imposible que siguiera sonando. Y,
sin embargo, la canción no cesaba.
No
viene de la radio.
- No viene
de la radio… ¡me están torturando!
De repente, una idea fugaz acudió a su mente.
Una idea cruel y perversa. Una que lo explicaba todo.
- ¡Me están
torturando! La música, el doctor cambiando de ropa, el cadáver… ¡todo es un
montaje! Alguien quiere hacerme sufrir. ¿Mi marido? ¿Por qué? Traidor…
Esa
idea no tiene sentido. ¿Y la sangre en el techo? ¿Y tu pelo?
- Me están
drogando. Es eso. No hay otra posibilidad. Me están drogando y me hacen
alucinar.
Pues,
si tan segura estás, vete.
Alba
contempló otras opciones, pero no encontró ninguna otra. Además, el sonido de
la música la desconcentraba.
La chica se levantó de un salto. Estaba
descalza, desnuda bajo el camisón, expuesta. Se encontraba débil y mareada. El
brazo, no lo sentía. No podía mover el cuello. No podía respirar más que por la
boca.
- Tengo que
escapar.
Con paso trémulo, la chica salió de la
habitación. Se encontró con un largo pasillo oscuro, inerte como todo lo demás.
No había nada en las paredes. No había máquinas, recibidor o camillas. No había
ninguna cosa ni nadie. Más que un hospital, aquello parecía un almacén
abandonado.
- Me han
engañado…
Alguien
te engaña. Pero eres tú.
Alba caminó por el pasillo. Siguió sin
cruzarse con ningún alma, sin ver nada. Sólo aquella tenue oscuridad.
De repente, su cabeza volvió a activarse.
Aquel terrible claxon se unió a la música reiterativa.
- ¿Señora
Soler?
La voz del médico, llamándola desde su
espalda, la sobresaltó aun más. La figura del hombre se contorneaba en el otro
extremo del pasillo. Alba comenzó a correr.
Corre.
- ¡Corre!- gritó el médico. Su voz había
cambiado de tono, una octava más aguda.
Alba corrió por el pasillo, chapoteando. En
la negrura no se había percatado, pero el suelo estaba encharcado. O quizás
acaba de volverse así. El claxon y la música la acosaban, como bestias de caza.
Se descubrió a sí misma empapada, también por la cabeza.
Al final del corredor, encontró una puerta de
emergencia. Trató de forzarla sin éxito. Estaba cerrada.
-
Tranquila.- El médico había avanzado peligrosamente-. Tienes que descansar.
Alba tiró de la puerta con todas sus fuerzas,
pero nada ocurrió. El doctor la alcanzó demasiado pronto, y ambos empezaron a
forcejear.
- Tranquila…
tranquila…
La voz del hombre había cambiado por
completo, casi parecía la de una mujer…
La música la acuciaba. El claxon había
invadido sus sentidos por completo. Y ella sólo se resistía y debatía, con su
cuerpo entumecido, empapado, dolorido.
- Cálmate…
Cálmate.
- Cálmate…
Cálmate.
- ¡Nooo…!
Alba abrió
los ojos. Estaba en un espacio opresivo, cabeza abajo. Unas luces azules que
parpadeaban envolvían su cuerpo. En el exterior, llovia.
-
¡Tranquilícese!- dijo una voz a su lado.
Alba se giró. Se trataba de una chica joven
con coleta y un traje naranja. Era una operaria del SAMUR.
- ¿Qué…?
Alba miró a su alrededor. El volante estaba
lleno de sangre, con un hilo que se juntaba con su nariz. El parabrisas también
estaba empapado del rojo líquido, encharcándose con la sangre que le salía de
la cabeza. Por suerte, el cinturón de seguridad había impedido que saliera
despedida. La música de Elvis, el cantante favorito de su marido, aún sonaba en
la radio, a la vez que el molesto claxon de su coche, activado por algún fallo
de seguridad.
- ¡Calmese,
la vamos a ayudar!- insistió la chica del SAMUR, haciéndose oír por encima del
estruendo y la lluvia.
Alba seguía confundida y desorientada. Las
gotas se colaban por la puerta abierta, empapándola por completo. Miró a su
derecha. Tuvo que reprimir un grito.
Allí estaba su marido. Pero, al mismo tiempo,
ya no estaba. Tendido en el asiento del copiloto, los rasgos del hombre habían
quedado completamente desdibujados. Ya nada quedaba de su perilla. Apenas se
distinguían sus ojos azules. Tan sólo una máscara sangrante y deformada, sangre
que se comía el resto de su cabeza incipientemente cana. Alba gritó.
Tras unos minutos de intentos, finalmente los
equipos de seguridad consiguieron sacar a la mujer del coche. Los médicos la
trataron de manera eficaz, vendando sus heridas, inmovilizando su cuello y
poniéndole un cabestrillo en su brazo izquierdo, inutilizado por el accidente.
Ya
está.
Dentro de la ambulancia, pasó un tiempo a
solas con sus ideas, hasta que un hombre algo mayor que ella, con barba mal
afeitada y medio calvo, se acercó a ella, visiblemente malhumorado.
- Agente
Rodolfo Sanchís, especialista en homicidios- se presentó con un deje de
desgana-. Dígame, ¿qué ha pasado?
Alba cogió aliento.
- Salimos de
una fiesta, mi marido y yo. Habíamos bebido los dos. Yo conduje y tuvimos un
accidente.- Las palabras escaparon de su boca de carrerilla. Aun no se acordaba
de todo, pero sabía que era verdad-. Yo le quería… le quería tanto y… me siento
tan culpable…
Rodolfo lo apuntó todo en una libreta que
sacó de su bolsillo.
- Típico-
respondió el hombre de manera grosera-. Muy bien. Eso es todo.
El inspector salió del vehículo.
A solas de nuevo, Alba miró a su alrededor, a
todos aquellos aparatos que la rodeaban, máquinas parpadeantes que pitaban.
Ya
está. Se acabó todo. Todo.
Alba
cogió aire profundamente por la boca.
- Puta
lluvia…- oyó decir al inspector Sanchís, en el exterior.
De repente, un policía joven pasó junto a la
puerta abierta de la ambulancia. El chico le lanzó una mirada de soslayo,
turbia y sombría, antes de seguir de largo.
- Señor,
hemos encontrado algo… en el maletero- oyó decir al nuevo policía.
- ¿Qué?- La
voz del inspector era como un ladrido.
El policía joven tragó saliva.
- Otro cuerpo.
De una mujer. Estaba atada y amordazada.
- Joder…
- Están
analizando su móvil. Hay fotos con la otra víctima.
- No me lo
digas: se la tiraba.
- Parece ser
que eran amantes. Sí.
- Joder,
joder…
Dentro de la ambulancia, Alba Soler se
mantuvo callada, observando el manto de lluvia desde el interior del vehículo.
Las luces de los coches de policía y de los vehículos de seguridad eran como
fuegos artificiales ante su distante mirada.
¿Por
qué le mataste?
Alba
esbozó una sonrisa dolida, mientras regaba su mejilla una lágrima solitaria.
- Porque le
quería.
FIN
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