jueves, 1 de septiembre de 2016

Almas de Agua

Dicen que el agua es mucho más que meras partículas líquidas, que tiene espíritu, una esencia que le dota de vida y armonía, un alma. Lo que poca gente sabe es que, en realidad, tiene muchas.
El Dios del Mar, cuyo nombre fue entregado a los primeros ancestros, pero olvidado y negado más adelante por la irrespetuosidad de estos hacia la naturaleza, crea y destruye, separa y une a estas múltiples almas a su voluntad. Se trata de un dios caprichoso, mutable, hacedor primero y último de la vida, y con ella de los sueños, la esperanza, los miedos, las pasiones… Por ello puede parir estos seres tan especiales, criaturas que muchas veces los marinos confunden con simples corrientes que atraviesan sus barcos, capaces de devolver a un niño a la orilla o a un animal marino perdido al océano, pero también de hundir barcos y asolar ciudades enteras. Alfa era una de aquellas almas de agua, Omega otra.
Un día, el veleidoso Dios del Mar decidió cruzar los destinos de Alfa y de Omega en una misma corriente que atravesaba una playa de pálida arena, en donde se conocieron. Cuando el camino de dos almas de agua se cruza, resulta fácil que conecten o se repelan. Al ser fluidos, se mezclan entre ellas con facilidad, entran la una en la otra y viceversa, por lo que la afinidad brota casi de manera espontánea. Alfa y Omega descubrieron desde el primer momento que tenían muchas cosas en común: las dos eran pasionales, cada una a su manera; ambas eran críticas, les encantaba observar su entorno y buscar maneras de mejorar aquellas cosas que a su juicio no marchaban como deberían; bajo una fachada de abierta extraversión, ambas almas ocultaban un interior melancólico, tendente a la tristeza; pero, por encima de todo, las dos eran trabajadoras, constantes y entregadas a aquello en lo que creían. No fue difícil, pues, que las dos almas de agua enlazaran sus destinos en un vínculo mutuo. Juntas comenzaron a recorrer los confines del mar en busca de aventuras y sueños, a emocionarse por los mismos momentos, vivir anécdotas compartidas y navegar en armonía.
Tras unos años viajando juntos por el infinito océano, descubrieron, conforme se abría la puerta de la convivencia, que sus pasiones, aunque similares en cuanto a intensidad, eran de sentidos completamente distintos: mientras que a Alfa le encantaba la tranquilidad y estabilidad de las corrientes que lamían la orilla de la playa, Omega era partidaria de adentrarse en el caótico e incierto fondo del mar, donde nunca se sabía dónde podía llevar la corriente; Alfa era un alma buena que acercaba a los marineros perdidos a las costas cuando se extraviaban en el océano, en oposición de Omega, quien prefería hundir barcos de pescadores y ayudar a las ballenas varadas a encontrar su rumbo; Alfa era romántica y detallista, así que le costaba soportar lo libre e independiente que era Omega, quien no aceptaba que su compañera no respetara sus decisiones personales… finalmente, tras muchos encuentros desagradables, ambas almas de agua estallaron contra la otra en una furiosa tempestad. Las aguas se abrieron, el mar lloró sangre salada. Las almas habían explotado, rabiosas y desbocadas, y no había manera de calmar a ninguna de ellas. Al final, incluso el Dios del Mar que las había unido decidió intervenir. Expulsó a Omega a una parte del océano, a Alfa a otra distinta y separó sus devenires.
Las dos almas de agua vivieron un tiempo que les pareció siglos. Cada una alejada de la otra, comprendieron que tampoco eran felices de esa manera. Se echaban de menos, no lograban contactar con ningún otro ser tal y como había sucedido entre ellas. Su soledad fue tristeza y remordimiento, un sentimiento cíclico que las convirtió en torbellinos, torbellinos erráticos y vehemente que marcaban un camino aleatorio para cada una, y durante años no volvieron a ser felices, siempre girando hacia dentro.
Si existe un dios más antojoso, pero a la vez más poderoso que el Dios del Mar, ese es el Destino. Años pasaron sumidos en sus respectivas espirales Alfa y Omega, años largos y tediosos hasta que, un cálido anochecer, volvieron a coincidir a kilómetros de distancia sobre una falla submarina en donde fueron a descansar. El choque de sus corrientes, cada una en un sentido (Omega hacia la derecha, Alfa hacia la izquierda) tuvo un efecto sanador en la otra, les restó fuerza y calmó su corriente, hasta que las turbulencias desaparecieron. El mar quedó en calma, tan solo el sonido de la suave brisa que daba vida a espumosas olas interrumpía la quietud. Alfa y Omega se miraron, se acariciaron y se unieron de nuevo. Se habían echado tanto de menos que fue sorprendentemente fácil, a pesar del tiempo y la distancia. Sin embargo, ambas almas de agua sabían que su situación había sido incompatible hasta aquel entonces, que sus apetencias habían interrumpido el lazo que les unía, y así podían volver a hacerlo. Por ello, para salvar esas diferencias, hablaron largo y tendido durante horas, en plácida paz y armonía, como nunca lo habían hecho hasta entonces.
De haber algo que dé el dolor, eso es sabiduría sobre uno mismo. Las dos almas de agua coincidieron en que habían actuado de manera egoísta y que, si querían que su unión funcionara, ambos debían ceder.  Por ello fue que, desde entonces, comenzó una nueva época para ellas. Cuando discutían, en lugar de dejar que estallara la tempestad, ambas se alejarían y meditarían con calma; las dos almas se comprometieron a acercarse un poco más a las aficiones de la otra: Omega empezó a viajar más a la playa, traer detalles y muestras de afecto para Alfa, conchas rosadas y piedras pulidas, a invitar a su compañera a planes cargados de belleza, puesta de sol y playas vírgenes alejadas de la mano del hombre… por su parte, Alfa se comprometió a respetar con más rigor los momentos que Omega necesitaba de libertad, de expresión de sí misma, de reflexión íntima e interna.
Alfa y Omega decidieron que su camino juntos no tenía por qué ser el que habían ideado para el otro, que cada cual debía ser dueño y responsable de sus decisiones, y respetar al otro, aunque ellas no fueran las que habrían elegido para sí mismas. En lugar de a la orilla o al fondo del mar, ambas almas viajaron juntos paralelamente a las costas, desviándose de vez en cuando de su recorrido para aceptar que, a veces, donde una quisiera, la otra habría de ceder.
Y fue así como Alfa y Omega lograron concretar lo que había sido la unión de sus destinos, y donde antes hubo guerras, ahora había treguas, reflexión y perdón. Cariño y respeto, los dos pilares edificaron la catedral de sal donde empezaría su nuevo camino, juntos. Y descubrieron que, tal y como sentían, sí era posible.  


FIN

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