lunes, 21 de noviembre de 2016

El Comprensivo y el Loco


Vivía en un pueblecito escondido entre los árboles de un recóndito bosque, un joven muchacho con retorcidas ideas al que todos llamaban Juan “el Loco”. Como era diferente al resto, la mayoría se metía con él, le insultaba y le pegaba. Tenía una casa para él solo, pues nadie quería hacerse cargo de su demencia, y era muy infeliz.
  Un día, se desató un terrible incendio en el bosque. Como era el que más lejos vivía del resto, Juan “el Loco” fue el primero en acudir al lugar con un saco lleno de lo que parecían piedras negras, que empezó a lanzar una a una contra el fuego que lentamente avanzaba.
  Ocurrió que, mientras tales acontecimientos tenían lugar, Pete “el Comprensivo” volvía a casa tras una infructífera jornada de caza, pues todos los animales le inspiraban compasión. El chico se lamentaba de su incompetencia.
- Seguro que la gente del pueblo vuelve a llamarme fracasado- se decía-. Y a tirarme piñas y a reírse. Seguro que mi novia vuelve a acostarse con otros hombres, para castigarme por ser tan inútil. Seguro que mis vecinos han vuelto a robarme el felpudo, por no preocuparme de clavarlo al suelo. Les comprendo a todos...
  Cuando el frustrado cazador pasó cerca de las llamas, enseguida se acercó a ver qué sucedía, momento en que vio a Juan “el Loco” arrojando insistentemente sus oscuros proyectiles contra el ardor.
- ¿Qué haces, Juan?- preguntó Pete.
- Luchar contra el fuego- respondió el demente, sin desviar la atención de su menester.
- Pero así no vas a apagarlo nunca. Se necesita agua, arena o un cortafuego. Además, eso que le estás tirando no son piedras. Es carbón.
  Juan “el Loco” le deleitó con una lunática sonrisa.
- La gente es mala, la vida dura y llena de sufrimiento. No quiero apagar el fuego. Quiero que el fuego viva, se haga grande y sufra. Como yo.
  Pete “el Comprensivo” miró a su conciudadano. Realmente se le veía muy esmerado en su tarea. Tras reflexionarlo, el chico se colocó junto a Juan y comenzó a ayudarle a tirar carbón.
  Los dos muchachos estuvieron un rato alimentando al fuego. Ya casi se había acabado la bolsa, cuando sus dedos se rozaron en el fondo. Ambos sintieron un escalofrío recorrer sus espaldas y, casi al mismo tiempo, sus propias almas. Luego, se miraron a los ojos.
- ¿Por qué no dejamos esto y nos vamos?- propuso Pete.
- ¿A dónde?
- No sé. A cualquier lugar. Pero lejos.
  La mirada de Juan se volvió bizca y perpleja pero, finalmente, tras unos segundos de pensamiento confuso, respondió.
- Venga.
  Los dos chicos fueron a sus respectivos hogares, prepararon sendos hatillos con lo más básico e imprescindible para la supervivencia y se volvieron a encontrar en el punto que sus sentimientos habían conectado, todo ante la burlona mirada de sus vecinos.
- ¿Listo?- preguntó Pete.
- Listo.
  Y desde aquel momento, Pete “el Comprensivo” y Juan “el Loco” abandonaron aquel pueblo lleno de prejuicios, se mudaron a una cueva y vivieron juntos el resto de sus días. Juan tuvo un embarazo psicológico y dio a luz a una piña a la que apodaron Cerecita, y Pete no dijo nada. Porque el loco necesita al comprensivo que le apoye, y a su vez al comprensivo le viene bien un loco que no se aproveche de él.
  Mientras tanto, nadie se acordó de apagar el fuego. Las llamas se propagaron, consumiendo el pueblo, y la gente que se había reído de ellos, sencillamente, dejó de hacerlo.

FIN

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