martes, 3 de febrero de 2015

Cometa Rota

Le encantaba volar, pero no aquel día. Siempre había disfrutado tumbándose sobre el viento, mofándose de los seres desde arriba, que como hormigas empequeñecían cuando les contemplaba desde las alturas… excepto aquel día. Porque el aire era demasiado fuerte. Porque como mazas invisibles golpeaba la tela que era su piel en todas direcciones, en una suerte de dolor y movimientos caóticos. Porque era más vehemente de lo que podía controlar.
  Aquella mañana otoñal, el niño se había encaprichado en volar su cometa a pesar de las advertencias de su padre. Mientras las jóvenes e inexpertas manos del infante competían por hacerse dueñas de los controles, el aire vapuleaba a la birlocha entre estruendosos rugidos. Aquel niño había sido su amigo, su compañero fiel. Juntos habían reído, volado y soñado. El pulso de los dedos del joven que notaba en el extremo de sus hilos, antes le había reconfortado; era su seguridad; era su ancla al mundo… pero no ese día. Tres tirones bruscos, y el cordel que los unía se partió. La cometa salió despedida y, arrollada por la vorágine, acabo hincándose entre las ramas de un árbol. Y allí se quedó.
  En su nuevo emplazamiento la cometa aguardó impaciente, anhelando el regreso de su buen amigo. Los días, las semanas y los meses movieron las hojas del calendario, pero el esperado encuentro no se produjo. Hasta que llegó el buen tiempo de nuevo.
  Un soleado día, perdida ya casi toda esperanza, los ánimos de la cometa se encendieron cual candil en la oscuridad al ver como el joven por fin se acercaba al árbol junto a su padre, con un paquete en la mano. Ilusionada, casi no podía esperar para ver qué dirían cuando la vieran.
- Mira Jesús, ahí está tu vieja cometa- dijo el hombre.
- ¿A quién llamas tú vieja?- se molestó ella, pero no le dio importancia. Estaba feliz de volver a verles.
- Sí, pero está rota. Mi otro juguete es mejor- se limitó a decir el niño.
  Luego, el chico sacó una nueva cometa del paquete. Era blanca como la nieve y afilada en su punta, mucho más estética que la otra. Niño y hombre volaron con el nuevo juguete toda la tarde.
  Alma rota y en vilo, la cometa aguardó fielmente aún un tiempo. Cada tarde, una y otra vez, el niño volvía a jugar con su nueva adquisición delante de sus metafóricas narices, pero a ella no le decía nada. Y así siguió siendo. Y volvió el mal tiempo. 
  Uno de aquellos tormentosos días, el volantín decidió que había llegado la hora. Con esfuerzo y dolor, arrancó su estructura de las ramas, que como estacas atravesaban su cuerpo y lo diseccionaban, se levantó y echó a volar.
  Rápidamente, el viento la elevó hasta las alturas.

“Vuela alto, cometa rota,
vuela hasta el cielo.
Sube con fuerza, rabiosa y sola,
perdidas las opciones, ¿qué puede darte miedo?”- bramaba la tempestad.

Y siguió subiendo, viéndolo cada vez todo más pequeño. Aquel día no le detuvieron los tirones, no había nadie al otro lado de sus rotos hilos. Únicamente se dejaba llevar, solitariamente movida por el viento, que cada vez era libre, más fresco. Superó la inseguridad, superó el dolor, superó el miedo y, entonces, por primera vez desde hacía tiempo, sonrió. Y nadie más la volvió a ver.


FIN

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